[dropcap]E[/dropcap]s conveniente analizar la información visual antes de fragmentarla para convertirla en una imagen fija. A veces buscas un recurso artístico, otras veces quieres captar la realidad o transformarla a tu antojo. Cuando hablamos de fotografía, toda solución es válida y no debes tener prejuicio en utilizar cualquier proceso creativo en tu obra, ya que a lo largo de los años habrás practicado casi todas las técnicas.
Hay momentos que decido no sacar la cámara, prefiero sentir e imaginar diferentes encuadres sin llegar a disparar, no me apremia la necesidad de fotografiarlo todo, doy prioridad a la observación del lugar, de las luces, de las sombras, de las sensaciones que voy sintiendo, es entonces cuando supongo que la gran diferencia entre la fotografía analógica y la digital es que en la primera tienes los disparos contados y eso te obligaba a reflexionar un poco más.
Me gusta pisar espacios vacíos en soledad, aunque tengo la sensación de que mi presencia interrumpe una historia que ya nunca será igual. Más allá del valor artístico, documental o sentimental, cuando hago fotografía, congelo una escena de mi vida en la que siempre estoy detrás de la cámara, como el apuntador en una obra de teatro que escondido va marcando el guión.
En diciembre de 2014, fui a una excursión guiada por tierras castellanas, entre otros lugares visitamos el Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo Español de Valladolid. En el trasiego de sala en sala mientras explicaban la exposición, decidí perderme y buscar en los pasillos del claustro un momento de soledad.
Me llamó la atención una puerta de cristal abierta por la que se accede al Patio de Novicios, entré en el patio, cerré la puerta y reposé unos minutos en el silencio de su arquitectura, observé la austera disposición de todos sus elementos y la perfecta armonía con un árbol desnudo de hojas, un momento único.
Todo terminó cuando no resistí la tentación y cogí la manzana una vez más.
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