[dropcap]E[/dropcap]l dicho tiene su gracia, no me digas que no. Ahora que aprendemos a decir fragoneta, van y nos lo cambian por monogoluven. Solo un ratito pequeño después aparecen los SUV, cross over, etc, y dejamos de tener ni idea de qué tipo de coche es nuestro coche.
Los chistes funcionan así. De una u otra manera basados en hechos reales, de ahí la gracia. Puedes hacer tuya la información que plantean porque te resulta conocida, retratos costumbrista, digamos. Fábulas terminadas en ja.
Con el conocimiento pasa un poco parecido. Nuevos descubrimientos o invenciones hacen que lo cierto ayer no sea defendible hoy. También con las redes sociales, publiques lo que publiques, se marchitará en 48 horas con suerte. A partir de ese momento, volverán silencio y ceguera. Vaticino que ésta dinámica no ha llegado a su cénit. Será por nuestro bien.
Creo también que en nuestra relación con los cítricos sucede algo similar. Parece que va quedando un poco añejo y pueril aquello de considerarse la mitad de una naranja y que no hay objeto mayor en la vida que encontrar a ese otro ser, también mitad.
Esta realidad tiene su tierno aquel, no me cabe duda. Es, si quieres, hasta cómodo. Una vez que las pieles y los gajos encajan entre sí, que los cortes de la cáscara no dejan espacio a la luz ni al aire, ya se es una unidad. Ha de aceptarse que el mínimo común denominador es el par, nunca el non. De ahí las ventajas fiscales, casarse como puerta al desgravamen. Ha de aceptarse, también, que es solo a partir de ese feliz encuentro cuando seremos capaces de llegar al uno, siendo dos. Salpiméntese con una hipoteca para tener y guardar. Andar por la vida siendo una mitad significaría tener la pulpa desabrigada, oxidable.
Cambia todo y escucho con más frecuencia conciencias individuales que se erigen en naranjas propias, enteras, sin cortes. Naranjas que se relacionan con otras naranjas. También con limones y melocotones y peras conferencia. No me parece ni mejor ni peor, pero sí me acomoda esa idea de persona completa, independientemente de su acidez o dulzura. Del hueso o la pepita. Del color de su piel o su textura. ¿Quién soy yo para saber el sabor? ¿Quién si no uno mismo para saber a qué sabe, si es que eso puede saberse?
Un par de cosas sí defiendo. Una, que ayer se decía fragoneta y hoy monogoluven. Y que no ha cambiado gran cosa más que la palabra, siendo permanente la idea, el automóvil. Solo los detalles abrazan la nueva nomenclatura. La otra, que una naranja es mil veces mejor que sus dos mitades.
Espero que la idea no sea más que puente, que sea solo escala. Porque la fruta solo tiene dos billetes, a los suelos o a los dientes. Y los restos, son basura.
Ya estamos más cerca. Cualquier día de estos nos levantaremos con ganas de querer ser el naranjo.