[dropcap]L[/dropcap]a vacunación ha sido el avance en salud pública que mayor impacto ha producido sobre la morbi-mortalidad de la población durante el siglo XX. El plan de vacunación infantil salva millones de vidas de niños y, vacunas como la antigripal, salvan también millones de vida cada año en los grupos de poblaciones de riesgo.
Aunque el movimiento anti-vacunas es tan antiguo como las primeras vacunas, durante los últimos años ha crecido al amparo de las redes sociales, utilizando la desinformación y, sin ningún soporte científico que sustente sus afirmaciones acerca de la utilidad y seguridad de las vacunas, además de propalar creencias relacionadas con el poder de la industria farmacéutica y la complicidad de los gobiernos con la misma, haciendo del negacionismo su banderín de enganche (eso sí, me cuesta imaginar a un negacionista con un fuerte e insufrible dolor de cabeza negándose a tomar un analgésico, o a que le apliquen anestesia en un acto quirúrgico, medicamentos que también habrá fabricado alguna industria farmacéutica).
La propagación de información falaz sobre las vacunas puede hacer que una parte de la población decida no vacunarse contra el Covid, constituyéndose en agentes transmisores del virus y produciendo un grave problema de salud pública, por lo que la misma transmisión de esa información es ya, en sí misma, un problema de salud pública que debería cortarse de raíz. Propagar información falsa no se puede amparar en el derecho a la información cuando por su difusión se ponen en peligro millones de vidas: las vacunas salvan entre dos y tres millones de vidas cada año y salvarían muchas más si una parte importante de la población del tercer mundo tuviese acceso a ellas.
La pobreza argumental del movimiento antivacunas es tal, que su argumentario apenas ha cambiado en los dos últimos siglos, resistiendo contra la evidencia científica (la estupidez es tozuda, como decía Albert Camus), solo que las redes sociales han tenido un efecto multiplicador de su mensaje convirtiéndolo en un verdadero problema de salud pública.
Cuando una parte muy importante de la población espera ansiosa disponer de una vacuna frente al COVID, y se comienza a vislumbrar la posibilidad de que en un plazo más o menos próximo se disponga de alguna, el movimiento anti-vacunas aumenta su presencia en las redes sociales negando su utilidad e incluso señalando que puede utilizarse la vacuna por el “Gran Hermano” para introducir un chip en nuestro organismo con el objetivo de controlarnos, y esto no lo dicen solamente personas ignorantes sino también personas con proyección pública. Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda, como señalaba ya Jean La Fontaine hace varios siglos. Repetir tozudamente las falacias no las convierte en verdad, pero gana adeptos y las convierte en peligrosas.
No hay que subestimar la importancia que tienen la propagación de estas ideas en las redes sociales. George Carlín decía “nunca subestimes el poder de las personas estúpidas en grandes grupos”. Por ello, es preciso hacer una llamada a la responsabilidad de la población para que se vacune contra el Covid cuando se disponga de la vacuna, y mientras espera, si aún no la ha hecho, vacúnense contra la gripe. Las vacunas salvan vidas, no lo olvide.
1 comentario en «Esperando la vacuna»
A mí en este momento no me preocupan los anti vacunas que, por otra parte, son grupos minoritarios cuando no irrelevantes (personalmente, no conozco ningún caso). A mí me preocuparían más las limitaciones de SACyL, y de las que ni la nefasta Verónica Casado ni Igea ni Mañueco nunca hablan (triángulo de las Bermudas de la ineptitud). Pocos casos conocidos como el de Salamanca: 20 años y el nuevo hospital todavía sigue sin abrir. Sin duda, mucho peor que los insignificantes anti vacunas.