[dropcap]N[/dropcap]ecesito abrir los libros de Emilio Rodríguez, regresar a los vericuetos del pasado para recobrar el aliento poético, que nadie como él me supo activar desde aquella inolvidable y lejana ceremonia del encuentro. Bebí, como de ningún otro lugar, el emocionante pálpito de su lenguaje y, bajo su universo metafórico, me cobijé encontrando muchas veces la calma.
Y ahora, su incombustible predisposición creativa, hace inverosímil la aceptación de esta realidad que golpea con saña, haciéndonos saber que no volverá a anunciarnos nunca más un próximo poemario.
A Emilio Rodríguez lo conocí cuando era director de Radio Popular. En su despacho de la Plaza Mayor nos encontramos para invitarle a participar en las Semanas de la Poesía del Barrio de la Vega. Antes de abandonar su despacho se encargó de que la convocatoria cultural del barrio tras tormesino se anunciase continuamente en la emisora, propiciando diversas entrevistas para promocionar el evento.
El recital de Emilio Rodríguez me hizo descubrir ese temblor emocional que, por inesperado y complaciente, despierta el hallazgo y la búsqueda de la poesía que solo logran crear los grandes vates de cada época o ciclo literario.
Así se programó la primera y deseada cita con sus libros. Marea de bolsillo hoy tiene el desgaste del tiempo y de tantas lecturas que me exigieron vivir indagaciones y comparecencias ante esa poesía de la insinuación que es capaz de atraparte bajo los parámetros creativos que despiertan la agitación más desbordante y deseada.
Con Horas menores llegó el nexo de unión a Emilio para siempre. Paseando por el atrio de San Esteban, en nuestro último encuentro, me recordaba con cierta complacencia mi devoción personal por este libro, editado por la Diputación de Salamanca, y las veces que tuvo que firmármelo por ser mi regalo preferente, cuando intentaba que alguien descubriese el eco turbador de la poesía del que era para mí más que amigo, maestro.
Los grandes poemarios de Emilio Rodríguez, consolidaron, desde su gran dominio de la palabra, el poema breve y lúcido que, desde un plano insinuante, activa la grandiosidad de cada verso. Todo medido bajo la estructura vital de la metáfora abierta a la interpretación emocional del lector, mientras eclosiona como un milagro ese clímax que proporciona vínculos en quien descubre en la ofrenda poética el latido de la vida.
Ahora solo cabe difundir su obra y esperar que sus libros no permitan que se marche de nuestro lado. Hemos de abrir el ventanal del tiempo hasta encontrar el rasgo de su permanencia entre nosotros citándonos con él de nuevo a través de sus versos: El teléfono del mar/sonó toda la noche/ entre las sábanas. / Soñé que, desde la muerte, / me llamabas.