A Lola
[dropcap]A[/dropcap]quella tarde compartida con Javier Blázquez en el Café Alcaraván, trajo una sorpresa encantadora, extrovertida, atrevida, inquieta, curiosa, decidida, apasionada: Lola.
Paseando por la calle Compañía, Lola se acercó a saludar a Javier, al presentarme comentó que me conocía a través de las redes sociales y que seguía mis fotografías con interés. No recuerdo cuándo volvimos a vernos, supongo que tomando un café, conversando sobre arte, cine o fotografía, tres ejes culturales siempre presentes en el verde de su mirada.
La experiencia de Lola colaborando con algunos artistas locales del lienzo, la escultura o el cine, podía servirme para alguna pequeña exposición o simplemente para ir practicando fotografía. Así se lo propuse y así lo aceptó.
Recuerdo la primera sesión en el molino del Casino de Salamanca, un espacio maravilloso para hacer retrato o escenas de interior, donde me gustaba jugar con el mobiliario y la potente luz de sus enormes ventanales. La fantástica restauración de este inmueble era una llamada a la fotografía.
Lola, que sabía conjugar la paciencia con la experiencia, fue musa literaria en el cementerio de Salamanca, protagonista en el cartel de la exposición Diálogo con la pared y figurante ideal para fotografía de arquitectura urbana, aportaba en cada sesión conversación, compañía y algo nuevo para mí, la interpretación.
Siempre dispuesta a un café a un paseo y a unas poses improvisadas, “hoy ponte un sombrero, no, mejor un prenda roja o tal vez un bolso de color intenso…bueno, no sé, sorpréndeme”.
En aquellos días su presencia fue casi constante, hoy Lola sigue presente en muchas de mis fotografías, aunque ya no esté delante de la cámara, pues siempre deja poso quien te enseñó.
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