[dropcap]D[/dropcap]e los verbos más difíciles de todos. Olvidar. Difícil porque no es sencillo hacerle caso. Basta que se te diga algo así como “olvídate de mí/él/ella”, “olvídate de ese trabajo”, “olvídate de conseguirlo” para que se produzca un cortocircuito en ese lugar que une cerebro y corazón, para que duela y se recuerde.
Ante mi negativa o la suya de él o la suya de ella, manarán como de una inagotable fuente todas aquellas características que hacen del vínculo vetado algo tan deseable como necesario. Nada de lo que pudiera hacer adecuada la invitación al olvido pesará un solo gramo. Serán sencillos y aceptables recovecos de plácida conformidad y virtud. Todo es negociable excepto la obligación al olvido. Basta una negación, una imposibilidad para tornar la habitación Diógenes en rincón ecléctico. Levitará el trasto, se transformará en recuerdo.
Olvidarse de ese trabajo al que se aspira, la promoción o el ascenso si quieres, secará la fuente y ofrecerá en lugar de agua un ejercicio de cítrica crítica. ¿Serán ellos quienes me vetan? ¿Serán mis limitaciones o imperfecciones, ergo yo, quienes me imposibilitan mover el pie derecho del lugar en el que se encuentra ahora mismo? Lo que sea, pero no. No será fácil ignorar ese sillón o despacho o baldosa donde asentar glúteos o pies desde los que cambiar tiempego por dinerego.
Aceptar dejar de intentar conseguir (cuatro verbos en cinco palabras), es decir, olvidarse de un algo, elimina directamente la fuente, será más bien una ruta a través de un yermo páramo. Talará todo árbol, cualquier muestra o vestigio de vegetación pensada pasada. Atará los cordones de ambos zapatos entre sí, fijará todo tu yo en un único aquí. Te enmanoplará las manos, escayolará todas las articulaciones, amordazará los labios hasta conseguir ahogar las palabras y congelar los hechos.
A veces, es quien bien nos quiere quien hace entrega de la invitación al olvido. A veces, es al contrario, quien no nos quiere ni nos quiso ni nos querrá. Las demás, las más peligrosas de todas, son precisamente las que no vienen sino las que están. Las surgidas de un tropiezo de sofá, de una íntima conversación con nadie.
No te hagas eso. Nunca te digas olvídalo, nunca te olvides de nada. Guárdalo todo para más adelante, para cuando llegue el momento, para estudiar por qué no ahora, por qué no yo, por qué no él, por qué no ella, por qué no ello, ¿qué me falta? ¿Me falta algo?
Olvidar es artimaña de zorra. Zorra que no puede saltar lo suficiente. Zorra que no tiene escalera o no sabe cómo construirla. Zorra antojitos que insiste en comer lo que ni siquiera es adecuado para ella. Zorra que insulta a la piel de la uva cuando no puede hacerla suya.
Olvidar. De los verbos más difíciles que existen. Es más, quizá, solo quizá, uno de esos que nunca debió de existir. Nada peor que olvidar.