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Opinión

Coger cacho para la silla

Imagen de Evgeni Tcherkasski en Pixabay

 

[dropcap]E[/dropcap]xiste un sentimiento generalizado de que los políticos de esta época son -cuitadicos- unos indocumentados que nada tienen que ver con aquellos que surgieron de la clandestinidad con una preparación que les otorgó la época totalitaria del miedo.

Si uno analiza seriamente las problemáticas que plantea ese oficio, tan poco comprendido por la mayoría de los ciudadanos, puede llegarse a la conclusión de que no es tan placentero como a simple vista puede apreciarse. La primera pauta que hay que observar es que no todo el que quiere ser político coge cacho para la silla. Es más fácil que se reitere la historia del botones trepa que consigue gobernar el banco, que la de llegar a ministro iniciando tan cruenta andadura pegando carteles en el estreno de una campaña electoral.

Suele acaecer, que, si aterrizas en un partido político con ansias de aspirar a mover del sillón a quien se ha fabricado perpetuos derechos de ocupación en el mismo, puedes sufrir tal descalabro, que ríase usted del trancazo que se dieron Adán y Eva por morder la manzana.

Lo peor de la clase política profesional es que, para llevar el potaje a casa, hay que aguantar esas sesiones tediosas, donde se diluyen pasmosamente discursos y chorradas interminables.

Si ocurre la tragedia de que un parlamentario descerebrado se salta la normativa interna del grupo en una clara desobediencia a lo pactado, la apisonadora intransigente, que ni de coña admite la presunción creativa, le siega el porvenir para siempre, destripándole el meollo de la coherencia en la mismísima frente.

Y ahí los tenemos provocando discusiones que nos importan un carajo, mientras autónomos y currantes, metidos en insomnios y desesperanzas no encuentran sosiego. Ver cómo los dos grandes partidos atiborran de intransigencia su distancia, agrava esa urticaria social que da pánico pensar que lo mismo no tiene cura.

Observar cómo marca territorio la mano siniestra que, representando a cuatro votantes, vocea su aspiración a demoler el estado de derecho, cuando menos es para preparar las deportivas y salir corriendo.

El problema de esta clase privilegiada, que hemos de soportar entre todos, es que la política se ha convertido en un medio solvente de subsistencia. Esto, como es lógico, aplaca conductas y marca directrices obligadas, que convierten a los políticos en seguidores autómatas de los cuadros de poder que llevan la voz cantante en todo momento. Salirse del guión supone perder una nómina, que algo mágico debe sustentar cuando aquí no dimite ni el gallo de la Pasión por más que cante mil veces.

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