[dropcap]B[/dropcap]uscamos el mundo de la maravilla, habitar en un suelo del que brotan piedras preciosas, salpicado de fuentes que riegan la tierra con hilos de oro azul y verde con la orden de hacer nacer. Estamos seguros de que no debería ser sino templado para estar y fresco para nutrir.
Superponemos cristales de aumento en tubos de metal con el que lanzar la mirada a la noche, buscando la luz de lejanos astros en la inmensidad del cielo. Cada noche descubrimos que todos los puntos del firmamento bailan entre sí, cambian su posición en la pista. Hasta llegamos a entender que somos también parte de esa fiesta.
Creamos las máquinas. Las enviamos más allá de donde podíamos llegar. Más allá de la luna, esa conocida vecina con mejores vistas de nuestra casa de las que nosotros mismos tenemos desde nuestro propio balcón. Lógico, para ver mejor es fundamental tener perspectiva y coger distancia. Lanzamos exploradores aventureros que recogen todo lo curioso del universo y nos dan parte.
Aprendemos y conocemos para entender. Buscamos. Perseguimos. Descubrimos. Tratamos de descubrir, más bien. Un lugar mejor o sencillamente, que disponga de algo que nos sirva para ser o estar mejor. Y más. A veces serendipia. Iba buscando un jersey y encontré un amor. Iba buscando un amor y tropecé con un libro. Iba buscando un libro y simplemente tropecé, descubriendo el amor auténtico por nuestro querido tobillo.
Buscamos y buscamos, pero demasiado a menudo únicamente mirando hacia arriba. Está y es bien, pero no es todo. Fuera siempre hay más que dentro, pero lo propio no pisa la calle a menos que lo saquemos. O lo dejemos salir.
Razonamos también con lo ideal. Con padres creadores y con justificaciones astrales, caos y karmas. Tratamos de habitar en un mundo en el que los quereres se citen con los poderes sin avisar a los deberes. Nos creemos el centro. No uno, sino todos. Increíble. Demasiados como para poner límites que incluyan a todos.
Tropiezo. No es creíble defender que todo satelita según mi yo. No es creíble la adivinación en el poso del café del número de la lotería. No es sensato querer encontrar algo que ni siquiera sé cómo definir. Solo encontraré cosas. Muchas de ellas servirán, pero casi siempre como parte, serán cosas que sirvan para hacer cosas con ellas. O de ellas.
Se confunden quienes piden al tiempo curar las heridas y al pinar un ramo de margaritas. Yerran quienes se creyeron perfectos en pretérito y no dudan en presente. Los que quisieron afear a la rosa criticándole por sus espinas. Quienes sufrieron al gallo y rechazan el callo.
Nos engañamos intentando traer lo imaginario al mundo real sin tener en cuenta las instrucciones de montaje, del mágico en el que todo cabe a uno que es aritmético y que, obstinado, insiste en convencernos de que uno más dos son tres. Aunque a nosotros nos vinieran mejor otras sumas.