[dropcap]E[/dropcap]l reencuentro resultó muy agradable. Hacía tiempo, esta vez, que no departía con Alfonso Cuñado. Con el pretexto de su última exposición en La Salina organizamos una visita reducida, muy controlada, para aprender junto a él un montón de cosas sobre la pintura, el arte y la cultura en general. Con su palabra cálida y envolvente el artista nos fue atrapando en sus mundos de luces y formas texturizadas con la espátula. Paisajes preferentemente urbanos, bodegones, la música, el retrato y la maternidad, los temas con los que más se identifica, trabajados todos con la maestría habitual. Caleidoscopio es como una exposición antológica sobre la temática del autor, que no sobre su trayectoria porque los cuadros son recientes.
En esta pintura no hay trampa. Lo que es se ve con diafanidad. Siempre ha sido así, porque a diferencia de otros que temen revelar su técnica y procedimientos, Cuñado nunca ha rehusado explicar al detalle su proceso creativo. De hecho existen unas cuantas grabaciones que permiten estudiar y comprender cómo ejecuta cada obra, desde la concepción hasta la colocación del marco. Todo el proceso es realizado íntegramente por el autor.
La preparación de la tabla –o lienzo si el formato fuera muy grande– con su imprimación permite ya intuir por dónde va a ir la obra. Luego las manchas, esas manchas imaginadas que para nada son arbitrarias por muy abstractas que parezcan a los ojos del espectador. El artista ya sabe qué formas surgirán a partir de ellas. Después, con sucesivas veladuras acrílicas de magistral ejecución con las mil y una espátulas que maneja, va dibujando formas sin lápiz ni pincel. El óleo llega con las últimas veladuras, igual que el pincel, para rematar la obra con las capas y trazos más sutiles, los que hacen posible esa figuración que en la distancia corta casi nunca es.
Así es la obra de Cuñado, con sus formatos cuadrados y una reducidísima gama de colores que multiplica las infinitas posibilidades de sus matices. Él ha conseguido crear un estilo personal, único, fácilmente reconocible, valorado por los defensores y detractores del arte actual. A decir de Eduardo Azofra, autor del texto del catálogo, la sensibilidad de Cuñado «nos transporta a un estado pleno de sensaciones y emociones. Pinta la realidad huyendo del realismo». Por ello, quizás, el reconocimiento le está llegando en vida y para nada es uno de esos artistas malditos a los que solo la posteridad les reconoce el mérito de su creación. Su obra es muy valorada en los mercados internacionales, sobre todo en Asia, donde año tras año vende todo lo que lleva a las ferias de Singapur, Shangai o Taipéi.
Conversar con Alfonso Cuñado es un privilegio, siempre lo ha sido, más con su pintura por delante. El artista no solo es lo que crea, también es la persona que acaba plasmando en la obra aquello que lleva dentro. La bonhomía y amplia cultura de este salmantino tan universal queda plasmada, como no podía ser de otra manera, en una obra vital, optimista y de mucha calidad.
****La exposición Caleidoscopio de Alfonso Cuñado se puede ver hasta el 3 de enero en la sala de muestras de La Salina.