[dropcap]H[/dropcap]ace años que me ejercito en la práctica meditativa en silencio: un método sencillo para ir respondiendo en el camino interior a ese anhelo de sentido, a esa sed de plenitud que todas las personas compartimos con nuestros instintos básicos y con nuestros deseos. No encuentro otra manera de saciar esa sed de espiritualidad profunda si no es a través de la meditación.
Para tomar consciencia de lo efímero del tiempo, del paso y el olvido de etapas vitales anteriores, para tener cercanos a tantos que se fueron, para detener el mundo exterior y esos quehaceres que nos ocupan –a veces inútiles y anodinos- viene muy bien practicar la meditación que nos lleva a vivir en plenitud aquí y ahora, a recuperarnos emocionalmente de fracasos y heridas, a situarnos en nuestro rincón y nuestra nada siendo nosotros mismos. Meditar es la mejor medicina para el cuerpo y para el alma. Y el paso previo para la oración cristiana contemplativa.
Esta práctica no es exclusiva de gente fina e ilustrada o asunto de; religiosas y clérigos; no se trata de una moda propia de culturetas o de personas con mucho tiempo libre, no, el hecho de sentarse en silencio a meditar está al alcance de cualquiera que se lo proponga. Bien es cierto que como señala mi maestro Pablo d´Ors requiere de unas condiciones previas para que funcione: una vida moralmente digna, una personalidad sana y madura y tener una conducta sobria, sencilla y sin excesos.
Es bueno reservar algún momento del día para este menester, pero el buen contemplativo sabe meditar en su interior durante toda la jornada. Con humildad (de humus: tierra y humor) teniendo una visión ajustada de nuestra personalidad. Intentando hacer este camino con otros dado que la verdadera mística genera humanidad y solidaridad. Y con constancia y paciencia puesto que a esta tarea no le apremia el final del túnel: la comunión con el Misterio y la Presencia.
Al sentarnos en silencio (el silencio es el lenguaje de Dios) iremos consiguiendo el control de nuestras distracciones, la aceptación de nuestros egos heridos, la instalación en una prolongada atención y la autoconsciencia llegando así a la quietud anímica y a la comunión universal.
La meditación contemplativa se logra más fácilmente en contacto con la naturaleza. Los baños de bosque, las montañas, la escucha de los arroyuelos, el canto de las aves, los olores de los árboles, los cambios de la luz, el viento…nos ayudan a resituarnos en el cosmos, a integrarnos en el Todo-Trascendencia al que pertenecemos. Con el silencio y el canto de la madre tierra se nos aclara la vida y nos llenamos de paz.
Animaros a entrar en este espacio meditativo. Sería un buen propósito para el año nuevo. Empezar es ir ya por la mitad. Si os mantenéis en esta práctica notareis sus muchos beneficios personales y sociales. Tardan en llegar (unos treinta años más o menos…) Pero ¿qué es eso comparado con la eternidad…?