Opinión

Éramos felices y no nos habíamos dado ni cuenta

Plaza Mayor

Pensábamos, ingenuos de nosotros, que lo teníamos todo; y por eso nos preocupábamos por cosas que ahora mismo resultan insignificantes.

Pasamos del sí al no en cuestión de horas y casi sin darnos cuenta nos metimos en una vorágine de contagios, muertes y tragedias que nunca, nunca, nunca pensamos que llegaríamos a vivir.

Este 2020 nos ha arrebatado muchas, demasiadas cosas que antes ni siquiera nos planteábamos que fueran un privilegio como lo son ahora.

En 2020 se han ido muchas vidas de manera injusta, se han roto muchas familias, muchas parejas se han separado en contra de su voluntad y otras se han marchado a la vez sin poder despedirse.

Morir por este maldito virus ya es un precio demasiado alto, pero aún peor es tener que irse sin poder decir adiós, solo en la cama de un hospital al lado de otras personas cuyo final va a ser el mismo unos minutos después, mientras numerosos profesionales desbordados corren de un lado para otro sin saber muy bien qué hacer y viéndose en la tesitura de tener que ‘elegir’ quién puede optar a salvarse.

2020 también ha puesto a prueba nuestra capacidad de resistencia física ante la adversidad por tener que estar encerrados durante casi tres meses entre cuatro paredes sin poder disfrutar de lo que veíamos por la ventana y antes ni siquiera dábamos importancia. Pero no solo nuestro físico ha tenido que vivir algo extraordinario; la mente ha recibido demasiada presión, ésa que lleva a ver cientos de muertos y miles de contagiados cada día o la que esperaba con ansia una llamada de cualquier hospital para recibir una alegría, un ‘hachazo’ o seguir con la incertidumbre.

2020 ha prohibido a los abuelos dar besos a sus nietos, un abrazo o una caricia, igual que a nosotros comer con nuestros padres, dar muestras efusivas de cariño o incluso comunicarnos a corta distancia con las personas con las que antes lo compartíamos todo.

2020 ha provocado que ahora mantengamos una distancia prudencial en el supermercado, la tienda, el kiosko o la propia calle mientras nos lavamos de manera compulsiva las manos hasta borrarnos las huellas dactilares o hacer que la mascarilla sea nuestra nueva e inseparable compañera de viaje.

2020 nos ha llevado a ver personas que no han perdido ningún familiar, ni se han contagiado, pero esta crisis se ha llevado por el camino su negocio, su sustento, su trabajo, con verdaderos dramas y familias que han necesitado a acudir a servicios sociales o asociaciones para poder alimentar a los suyos; los otros dramas del coronavirus.

2020 nos ha mostrado cómo podemos sobrevivir sin nuestra vida social en bares y restaurantes y cómo regresar a ellos tras su reapertura era toda una aventura, con el temor a un posible contagio; o a tomar café y pincho a media mañana en plena calle, en un cambio absoluto de nuestra manera de actuar.

2020 también ha hecho que parezca normal ver los campos de fútbol, los pabellones, las pistas de tenis, las carreteras o los escenarios de cualquier deporte completamente vacíos o con un nivel de público muy reducido, sin gritos, sin ánimos, sin vida, sin nada…

2020 nos ha prohibido viajar, disfrutar de los rincones de España y de cualquier otra parte del mundo que ahora todos queremos visitar cuando sea posible.

2020 también ha sacado, en muchas ocasiones, lo mejor de nosotros mismos, nuestro ‘yo bueno’, nuestra ayuda, nuestra mejor versión… pero también ha destapado y puesto de manifiesto nuestras carencias como personas, nuestra falta de solidaridad en muchos casos y ha enseñado la clase política que tenemos, al mismo nivel que nuestra sociedad.

2020 nos ha mostrado, quizá para nuestra sorpresa, la gran lección que nos han dado los más pequeños de la casa, aceptando esta situación como nadie y viendo como su vida escolar, extraescolar y social se ha reducido de manera significativa, sin poner ni una mala cara; que nos sirvan como ejemplo.

Podríamos seguir así hasta el infinito, pero creo que la mejor manera de resumir este 2020 es la siguiente: este año nos ha demostrado que éramos felices… y no nos habíamos dado ni cuenta.

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