Raúl López y Nuria Fonseca han vivido un verano poco convencional. Los dos son profesores y decidieron irse a Chile con la ONG Taller de Solidaridad de las Siervas de San José. Eligieron Chile, concretamente Colina ciudad ubicada al norte de la Región Metropolitana de Santiago, porque podían trabajan con niños y adolescentes.
Se les ve felices. Sus ojos reflejan la experiencia vivida en los meses de su verano poco convencional como voluntarios en Chile y de allí se traen la sonrisa de los niños, que no pierden a pesar de las dificultades en las que viven, y la solidaridad. “No dudan en compartir la merienda. Los chilenos han luchado muchísimo, han aprendido a luchar contra todas las adversidades, tanto naturales como humanas, por lo que la solidaridad y acogida es muy grande”, explica Raúl López.
Nuria Fonseca relata que una de las experiencias más bonitas que les pasaron fue que, nada más llegar, celebraron los cumpleaños de todos los chicos. “Los vimos felices y sonriendo, por eso te causa una mayor impresión que cuando los visitamos en sus casas, los mismos chicos que estaban sonrientes en el centro, se comportaban en sus domicilios como personas mayores. El hermano mayor cuidando a los pequeños porque la madre y el padre estaban fuera”.
Allí, en su hogar, comprobaron que estaban totalmente bloqueados, trabajando y no jugaban entre ellos. “De repente es como si les hubieran robado la infancia. En ese aspecto el centro hace esa labor de juego. Les cuesta irse para casa, porque están felices y contentos allí. Es su espacio para decidir en qué quieren jugar”, matiza Nuria Fonseca.
El centro está orientado a formarlos y a realizar prevención de riesgos por drogas, ya que cerca de la barriada se encuentran dos cárceles de las más peligrosas de todo Chile que están al lado de la Plaza de Armas y en torno a esas cárceles han ido viviendo. “Hay mucha violencia e inseguridad. Lo que más hemos aprendido es que estos niños viven en un contexto con un índice de delincuencia muy alta y necesitan mucha afectividad y cariño y van al centro para poder obtenerlo”, explica Raúl López.
Chile les ha sorprendido, porque pensaban encontrarse con un país en auge, pero ese mismo empuje económico está haciendo que las diferencias entre las clases sociales sea aún mayor. “Es increíble, hay barrios en Santiago de Chile más caros que el barrio de Salamanca en Madrid, pero hemos visto muchísima pobreza también. Es chocante. En el día a día lo pasábamos muy mal, porque estábamos con los niños y veíamos la pobreza más absoluta y después una gran riqueza. Había fronteras físicas dentro de la propia ciudad”, puntualiza Nuria Fonseca.
Santiago de Chile, lo que ellos denominan las cuadras, en cuestión de dos o tres manzanas puede cambiar todo. “Nos enfadamos mucho porque la imagen que tenemos de Santiago de Chile es de una ciudad más europea y cosmopolita, que es la que venden, pero no es tan real como quieren darnos a entender. No todo es el barrio de la Providencia, ni los Andes”, apunta Raúl López.
Pero están felices, porque precisamente donde mejor les han hecho sentir, con más cariño y les han dado todo lo que tenían, ha sido la gente de abajo, “no la que tiene plata como dicen allí. Nos ha dado todo, desde conocer a su familia, donde vivían, la empanada de pino que compartían con nosotros. Un trozo de pan siempre estaba en la mesa”, señala Nuria Fonseca.
La inseguridad ha sido otra de las cuestiones que les ha llamado la atención. “Lo que ocurre es que en Colina, como hay tanto miedo y tanta inseguridad, hay muchos barrotes en las casas. Sí tienen cierto temor a saber a quién están ayudando, porque también hay muchas familias involucradas en el tráfico de drogas. De hecho, nos hemos acostado muchas noches escuchando tiros en la calle. Ese ha sido el aprendizaje más fuerte. El vivir con la inseguridad”, apunta Nuria Fonseca.
Ellos no se lo habían planteado, porque aquí puedes pasear solo a cualquier hora del día. “De repente, tus esquemas se rompen y tu cuerpo reacciona como nunca pensé que iba a reaccionar, comencé a temblar porque eran situaciones que no pensabas que iba a vivir. Para ellos es normal, pero no para nosotros”, cuenta Raúl López.
Los dos están de acuerdo en señalar que la pobreza existe, peor lo que más les falta es la libertad. El no poder decidir tú cuándo puedes salir a la calle. El ver que son las seis y media de la tarde, que comienza a anochecer y es que uno no se plantea más viva de esa hora. “No sólo nosotros, sino todos ellos, a esa hora la vida se acaba”, matizan.
Quizá por ese motivo, piensan que no pueden “prosperar. Es una gran frustración, porque la familia que tiene algo más, tiene miedo a que les roben, vive con ese miedo constantemente, y si les roban otra vez la frustración de no poder salir adelante”.
No obstante, los niños cuando acuden al centro llegan con una mirada triste, pero a medida que avanzan las horas, esa mirada va cambiando, porque en el centro pueden tener sueños, pueden estudiar aunque sea una cosa sencilla, pero pueden tener oportunidad. “Ahora mismo, sin el centro no podrían tener un futuro. Estarían atados a la calle, a la inseguridad, a las drogas, a la violencia y a una banda juvenil”, enumeran los voluntarios.
Se quedan con la gran felicidad y alegría que les han proporcionado los chilenos, además de la acogida que ha sido “increíble. No esperan nada a cambio y te lo dan todo. El cariño y la solidaridad que tienen entre ellos. Nunca van a permitir que el vecino pase hambre si ellos tienen un plato de arroz para compartirlo. Eso nos puede enseñar a nosotros”.
¿Repetirían?
Por supuesto. Nos hubiéramos quedado. Colina nos ha enganchado mucho. Es una experiencia de vida. No vuelves a ser la misma persona. Hay otros mudos y otras realidades. No sólo está la nuestra.