– Lo mejor será que bailemos.
-¿Y que nos juzguen de locos, señor conejo?
-¿Usted conoce cuerdos felices?
-Tiene razón, bailemos.
[dropcap]D[/dropcap]icho así, ¿qué pies no piden enfundarse en charoles o, viniéndose muy arriba, unas puntas? Claro, Señor Conejo y Sombrerero Loco ya estaban en la pista de baile defendiendo sus maravillas. Ya habían llegado. Por cierto, mira que era malvada la reina roja, lo que sea con tal de burlarse del error, tan firme, tan de aguar fiestas.
No tiene ningún sentido aguar fiestas. Tampoco lo tiene regar cualquier adoquín para que surja una. La risa se convertiría en monótona, en costumbre, perdería su frescura y con ella su valor. Véase ese alguien a quién le digas lo que le digas te devuelve un chascarrillo. Humor, sí. Qué fatiga cuando todo se hace chiste…
Para ponerse a bailar no es necesario acudir a ningún lugar en un lujoso carruaje conducido por majestuosos caballos blancos y un vestido de gala. Suerte, es más fácil que se nos pille con calabazas y roedores y ropajes de obra o de andar por casa.
¿Un quiero ir a bailar a, o con? ¿Qué te digo yo? ¿No es como si nos hicieran falta motivo y compañía? ¿Motivo o Compañía? ¿Y esos quienes son? ¿Causas?
Fiémonos lo justo de las causas por adelantado, hasta después no podemos saber con seguridad cómo se expresaron, a qué nos empujaron. Música sí hace falta. Que mane en algún lugar entre los oídos o llegue desde fuera. Que suene, que se sienta, verás lo que tarda alguna parte de tu cuerpo en reconocer el ritmo, en seguirlo, en jugar con él. Una mano, un pie, un leve vaivén de tu cuello, esos hombros… Pero sigue sin ser causa. ¿Quién le iba a decir a Bach que por su culpa me iban a entrar unas ganas terribles de invadir Polonia, a Ubago que me daría al lorazepam o a Maluma que cuanto más lo escucho, más ganas de catequesis tengo?
¿Por qué no bailar como el señor conejo y el sombrero loco? ¿Por evitar la camisa de loneta de largas mangas que se atan a la espalda? ¿Será porque pies y cabeza no se citan? ¿Porque nos pesan demasiado? ¿Nos falta suelo y nos sobra cielo o es al revés? ¿Y si es por el cansancio que acumulamos gracias a los kilómetros y kilómetros y kilómetros que recorremos dentro de una misma rotonda? La sensación de desplazamiento es evidente, pero el movimiento, a cierta altura, imperceptible. Inútil.
Solo es necesario un suelo, ni mucho ni poco, sobre el que desplazarse y saltar. Una cabeza sin nubes que los dejen moverse. Y ninguna rotonda. Ver dos veces el mismo cartel solo habla de una vuelta de más. Una inservible. Un gasto de tiempo, de neumático, de combustible.
¿Qué hacer si estamos sobre la pista, loco sombrerero?