[dropcap]P[/dropcap]odría perfectamente ser que hayamos dejado de ser independientes como individuos, que lo nuestro sea la cooperación mansa, que la principal idea sea la de consumir más, todos más o menos lo mismo y al tiempo aplaudiendo la estandarización. Podríamos estar creyéndonos libres e independientes e ignorar cualquier autoridad, principio o conciencia moral, eso sí, dispuestos a ser manejados, a hacer lo que se espera de nosotros, a tratar de encajar, a ser guiados, a cumplir, a apresurarnos, a funcionar, a tirar palante.
Podríamos estar convirtiendo las relaciones humanas en relaciones entre autómatas, buscando cobijo en la seguridad del rebaño, rechazando diferir en pensamiento, sentimiento o acción, intentando estar pegados a los demás desde una perfecta soledad. No seríamos otra cosa que artículos o inversiones con el único fin de ser ordeñados. ¿No estaremos enajenados de nosotros mismos?
Se manifiestan fundamentales ciertos paliativos para no sentir tan profundo vacío. Un trabajo rutinario y burocratizado como el avanzar del tren sobre las vías, un consumo pasivo de sonidos y visiones con origen y destino en y hacia la industria del entretenimiento, la posibilidad de incorporar novedades a nuestro vivir intercambiando, comprando y sobre todo, el de confundir felicidad con diversión.
Éste argumentario que recuerda un poco al negacionismo, al terraplanismo y demás pseudo rebeldes -ismos no es exactamente mío, aunque lo comparto en gran medida. Son ideas extraídas de El arte de amar, de Erich Fromm. Una “antigualla” de mediados del siglo pasado. Andaba yo buscando ideas desde una perspectiva, digamos psicológica, acerca de qué es eso del amor en general. Mi idea es mía y solo mía, de tan imposible coincidencia al 100 como lo pueda ser la tuya.
Y es que interpreto que, oh sorpresa, no es fácilmente alcanzable el uno, aunque puede satisfacernos la opción de escoger entre los muchos, que los hay, más aún si incluimos en el escaparate los más accesibles pseudoamores. Esos que se venden en agencias de viajes, anuncios, en cines, iglesias, fruterías por mitades o en discursos de noches de sábado y promesas de tardes de domingo.
Manifiesto sin rubor estar de acuerdo con la deriva hacia el objeto inanimado que hemos adoptado. En la emisión de ideas del tipo; el premio soy yo, llévame a tu casa (y así la decoraré) o vente tú a la mía (y así la decorarás). Pienso que en 60 años no hemos sido capaces de detener la tendencia que apuntaba Fromm, más bien hemos saltado con un flotador de patito a esa corriente que nos lleva al amor consumible, al amor egoísta. A la pintada en la pared que dice te quiero pero intensamente busca un ídem por respuesta.
Eso, o que quizá sí, quizá siga existiendo y expresándose tanto o más, ése que se manifiesta a través del cuidado, el respeto, la responsabilidad y el reconocimiento que ignora cualquier beneficio pero sucede que, sencillamente, no tiene venta.
Léelo. Erich Fromm. El arte de amar. Barcelona. Editorial Planeta. 1959.