Nadie está preparado para asumir que, de repente, la vida le golpee con el cáncer; asumir, digerir y saber vivir con esta enfermedad es duro, muy duro…
Un ejemplo de lucha y superación es el de la azafata salmantina Sara Almeida Vicente, de 43 años, quien hace uno recibió la peor noticia posible por inesperada, dura y difícil de incorporar a su vida.
Entonces, el diagnóstico era claro: tenía un tumor maligno en una mama. Desde ese momento hasta la actualidad, Sara Almeida lo tiene claro, muy claro… “No le pongo tiempo a la vida; voy partido a partido, como el Cholo Simeone”.
Ésta es su historia, como espejo de ejemplo y ayuda para quien esté pasando por una situación similar en la jornada en la que se celebra el Día Mundial de la lucha contra el Cáncer.
En el año 2019 acudió a patología mamaria porque vio algo raro, que no encajaba bien, por lo que fue sometida a varias pruebas. “No apareció absolutamente nada, incluso me hicieron una resonancia, pero el tumor no dio la cara. Entonces, me dijeron que volviera en seis meses; y esta fecha coincidió con el 20 de marzo de 2020, imagínate”, recuerda.
Sara Almeida tenía cita para una mamografía y nadie la llamó para anularla, al tiempo que sus intentos de ponerse en contacto con el hospital fueron nulos por el brutal inicio de la pandemia. “Por ello, me presenté a que me hicieran la prueba y cuando llegué, me dijeron que me fuera para casa y yo les expliqué que me había salido un bulto grande en el pecho; no me pudieron hacer nada y me dijeron que ya me llamarían. Eso, y que cuando llegase a casa le aconsejaron que lavase bien la ropa y se desinfectase “y recuerdo que fui como una loca a hacerlo”.
Unos meses más tarde, el bulto que se había notado comenzó a crecer mucho “y fue ahí cuando me asusté más. El día 20 de mayo recuerdo que estaba en el jardín y metí la mano en la enredadera y me picó una avispa. La reacción fue tal que se me hinchó el brazo entero y tuve que llamar al médico para que me viese enseguida”, recuerda Sara Almeida.
Una vez allí, “me pusieron Urbason y ya aproveché para decirle al médico de cabecera lo del bulto y mi preocupación, y me envió de nuevo a patología mamaria. Me llamaron a mediados de junio y me programaron mamografía para el 1 de julio; la situación estaba en tal punto que cuando llegué allí, no estaba en la lista… pero me abrieron un expediente y me hicieron las pruebas con mucha rapidez, ya que el 10 de julio me vio la cirujana. Fue ella la que me dijo el resultado y el tipo de cáncer de mama que tenía”, reconoce.
Sara Almeida relata cómo recibió la noticia que nunca esperaba y cómo pudo encajarla: “Estaba con mi marido en la consulta y la vida me dio porque según hablaba la cirujana y me contaba todo, me quedé bloqueada. De hecho, al salir le pregunté a mi marido qué había dicho. Se trataba de un tumor maligno que había tocado un ganglio linfático y había empezado a viajar, pero por suerte no lo hizo rápido, estaba localizado. Su grado de expansión era solo del 15%”.
Quizá en ese momento reconoce haber sido un poco “prepotente, porque no me había cogido un catarro en cuatro años, me veía joven, en mi familia no hay antecedentes y nunca pensé que iba a ser candidata”, analiza.
La falta de quirófanos, las vacaciones y el coronavirus hizo que en agosto fuese imposible la operación, que sí se realizó el 14 de septiembre, después de todas las pruebas pertinentes.
“Me operaron y me quitaron las dos mamas, porque me dijeron que tenía mucha densidad mamaria y era mejor para evitar problemas, pero me hicieron la reconstrucción en ese mismo momento. Creo que fue lo mejor”, recuerda.
Una vez operada, con todo lo que esto conlleva, ¿cómo son los días posteriores? “Los primeros días te ves floja y te haces muchas preguntas, pero después de unos días me di cuenta de que me habían hecho un favor. Me miré al espejo y vi que la camiseta me caía igual que antes, que estaba muy parecida a antes de la operación; reconozco que tiene que ser muy duro verte en el espejo sin el pecho reconstruido, como le pasará a muchas mujeres porque tu aspecto físico es distinto. Todo fue muy rápido porque a las 23 horas de la operación estaba en mi casa para evitar estar mucho tiempo en el hospital y poder contagiarme”.
Tras dos meses de recuperación de este complicado momento, llega la hora de pasar cita con el oncólogo para recibir el tratamiento de quimioterapia. “Cuando llegué a la consulta, me dijo que ya habían estudiado mi caso en un consejo médico y que había sido muy discutido el tema de la operación y el tratamiento, pero ya estaba pautado”, recuerda.
Por ello, no quiere dejar de agradecer el trato y el servicio de patología mamaria del Hospital, de cirugía y oncología. “Todos son un equipo estupendo y el papeleo a veces va lento, pero cuando me cogieron, todo fue muy rápido y se lo agradezco porque son grandes profesionales y una referencia”, destaca agradecida.
Doce sesiones de quimio, radioterapia y una terapia hormonal de 5 años esperaban entonces a Sara Almeida para olvidarse por completo del cáncer. “Me dijeron que la terapia hormonal es muy válida, pero de momento estoy con la quimio. Cada sesión dura tres horas y hay descanso entre unas y otras; ya estoy en el tramo final, pero es un tratamiento muy agresivo. Notas mucho cansancio, debilidad, estás baja de moral, me he quedado un poco afónica… al fin y al cabo, te meten ‘veneno’ para poder empezar de cero y que tu cuerpo elimine todo lo malo, un ‘reseteo’. Se nota mucho y es duro; y cada vez que voy a quimio me hacen una PCR, claro”.
Poco a poco, y con el paso de los ciclos de quimioterapia, llegó otro momento duro: la caída del pelo. “Me dijo el oncólogo que a partir del día 18 se me empezaría a caer el pelo y yo siempre pensé que aguantaría más; pero no, justo el día 18 se me empezó a caer el pelo”.
Se trata de un momento duro y complicado “porque en la ducha ves como se te cae, cuando te peinas, pierdes mechones sin darte cuenta y es duro. El día que me lo corté del todo, mi hija sí que se puso a llorar, pero la hice ver que iba a ser la única que iba a tener el pelo largo”, asegura con una sonrisa.
“No estoy en una caja, estoy viva”
La historia de Sara Almeida también tiene momentos de positividad, que llegaron cuando algo hizo clic en su cabeza. “Lo primero que pensé es que me iba a morir y con dos hijos, un marido y una familia. Pero llegó un momento en el que tuve que abandonar esos pensamientos porque estoy viva, no estoy en una caja de madera y no tengo que pensar como una muerta”, reconoce.
Reconoce que llegó a culparse por haber hecho algo mal para estar en esta situación. “Me culpé, sí; la alimentación, la vida, no sé… pero es que yo siempre he llevado una dieta muy sana y antes de tener a los niños hacía mucho ejercicio y cuido mucho el sueño. Soy azafata y siempre que llegaba a algún destino nunca me iba a tomar cervezas, me quedaba durmiendo, soy muy estricta para eso”.
Pero, un día mi cuñado me dijo: “Te ha tocado la china; y esa frase me hizo volver a mi camino. Y un amigo de mi marido también me dijo que me iba a curar; esos dos momentos me hicieron ver que hay un montón de recursos, tratamientos y demás para poder curarme que en otros países no hay. Cambié de manera radical”.
Su familia y amigos, gran apoyo
Por fortuna, Sara cuenta con “una tribu alrededor que me hace todo mucho más fácil. Mis dos hijos, mi marido, mi familia, mis amigos… todo ello hace que sea más llevadero. Fíjate que amigas mías de Madrid han venido a verme en el día, solo para saber cómo estoy; o han llamado al timbre para decirme que están aquí”.
Esta situación de pandemia del coronavirus no ha ayudado en absoluto, ni mucho menos. “Al principio, todo esto me afectó mucho porque la gente no me podía dar un abrazo que yo quería y necesitaba. Pero llegó un momento en el que decidí vivir y si veo a una persona a la que quiero mucho y necesito ese abrazo me acerco a ella, con mascarilla y con precaución sí, pero creo que me he ganado esa licencia por todo lo que estoy pasando”, explica Sara Almeida.
No se junta con mucha gente en un sitio cerrado y cuando está con alguien, mascarilla, distancia de seguridad y ventanas abiertas. “Si me apetece dar un paseo con una amiga por el campo, lo hago; si quiero salir al jardín con mi familia, también. Y si quiero ver a mis padres, pues nos acercamos al pueblo a dar un paseo. Tengo mi burbuja familiar y no tengo por qué renunciar a mi familia y amigos por esto; bastante cruel ya es el momento que nos está tocando vivir. Tampoco voy a dejar de ver a mi hermano, que ha estado muy preocupado por mí”.
El momento de acudir a la AECC
Cuando Sara Almeida perdió el pelo, “una amiga me dijo que por qué no iba a la AECC, que me podían ayudar; y así fue. Me enseñaron todo tipo de pelucas para poder usar y me dejaron probarme y llevarme una para ver qué tal me sentía con ella porque yo no estaba muy convencida. Y, al final, la estoy usando. También me citaron para un cribado psicológico para ver cuál era mi situación y me están ayudando mucho”, recuerda agradecida.
Ahora, con el paso del tiempo, de los ciclos de quimio y de la perspectiva, siente cosas nuevas como un “horrible dolor en las piernas”, al tiempo que sabe que el cáncer ha encontrado un hueco en su cuerpo para desarrollarse, “pero para eso hay tratamientos, y en esa pelea estamos. Siempre digo que no pienso en el final, no le pongo tiempo a la vida; voy partido a partido, como el ‘Cholo’ Simeone”, explica con optimismo.
Pero, pese a este mensaje tan optimista y necesario, se muestra muy realista. “Esta enfermedad es muy, muy cruel y los tratamientos muy duros y agresivos. Cuando me doy los ciclos, ves historias de todo tipo y entiendo que haya gente que diga “basta”, que no quiera seguir sufriendo así. Lanza un pensamiento que a todos seguro se nos ha venido alguna vez a la mente. “¿Cómo es posible que hayan encontrado una vacuna para la Covid-19 en seis meses y no hay cura para el cáncer? ¿Por qué no hay unión y se destinan todos los recursos posibles para investigación? Profesionales hay y muy buenos, pero no pueden hacer más”, señala.
Mientras tanto, ya saben… átense bien las botas, respiren profundo y piensen solo en el próximo partido. Solo así se ganan los títulos en la vida.