[dropcap]A[/dropcap]nte las dudas de Sancho sobre su señor D. Quijote y sus temores de que fuese un loco atrevido y delirante, hay un momento –no recuerdo el capítulo- en que el ingenioso hidalgo se vuelve a su escudero y le espeta con autoridad: “Yo sé quién soy, Sancho, yo sé quién soy…”
Yahveh-Dios en la Biblia al revelar su nombre a Moisés le dice: “Yo soy el que soy”. D. Quijote es…y algo más: pasión, circunstancia, audacia, ideales…y él lo sabe. Puede aparentar otros perfiles, que confunden a Sancho, pero él se conoce en profundidad (actitud psicológica de madurez humana, no de locura…). Sabe por lo que lucha y como alcanzar su objetivo final.
Y es que “nadie es quién parece”. Somos algo más profundo, más de por detrás: un misterio incomprensible. Poseemos un mundo interior que suele permanecer oculto y desconocido a los que nos rodean. Somos mejores y peores de lo que a veces mostramos. Los otros captan nuestras anécdotas y exterioridades pero no intuyen nuestras esencias y sentimientos, lo que somos dentro. Nuestras motivaciones y sentidos vitales, lo que nos mantiene o nos deprime, lo que nos hace reír o llorar…solo lo sabemos nosotros.
Ya decía Oscar Wilde que “hagas lo que hagas te recordarán por una anécdota…”. Para los otros somos accidentes, encuentros, ocurrencias, dichos y manías. Nos juzgan e interpretan pero sin saber quiénes somos realmente. Esta es una de las tragedias del amor: amamos lo que proyectamos en ésa persona pero no quién realmente es. Y se nos hace difícil mostrarnos entera y verdaderamente. Nos reservamos algo, escondemos las dudas y los miedos, disimulamos fallos, silenciamos defectos, encerramos secretos, despistamos los adentros y nos ponemos la careta que mejor venga al caso.
La clave del amor y de la felicidad está en saber quiénes somos; la auténtica revolución, la genuina libertad consiste en ser nosotros mismos. Con el paso del tiempo deberíamos saber quiénes somos. Yo sé quién soy y me comunico en verdad sin temor a lo que piensen de mi y me enfrento sin piedad a lo que los demás quieren que sea.
Irse de esta hermosa Tierra sin haberse descubierto único, especial y feliz es un gran fracaso existencial. Y para los creyentes el mayor –quizá el único- pecado.
¡Cómo envidio a D. Quijote!. Encontró la auténtica sabiduría. Fue él mismo. Su fracaso fue su gran victoria. Sabía quién era. Supo lo que es la libertad.
Y por eso nunca morirá.