[dropcap]L[/dropcap]a crisis de Occidente tiene mucho que ver con el ocaso del humanismo. Europa, como concepto intelectual, surgió de la síntesis magistral del mundo grecolatino con la tradición judeo-cristiana más algún retoque germánico. El crisol del medievo dio lugar a esa forma de pensar que genéricamente denominamos humanismo, que engloba el Humanismo por antonomasia, fundamentado en el conocimiento de los clásicos, y su extensión a todas las disciplinas centradas en el ser humano.
Hace pocos días cumplía noventa años Luis Frayle Delgado, quizás el último representante en Salamanca del humanista tradicional, concentrado en sus estudios, traducciones y publicaciones. Latinista, poeta, ensayista… Frayle es ese escritor, en definitiva, que cultiva todo tipo de géneros, amén de una persona admirable con la que conversar en torno a un café es siempre tiempo para el aprendizaje.
El aislamiento decretado por la pandemia nos ha impedido mantener últimamente alguno de esos encuentros esporádicos en El Alcaraván para departir un poco de todo, aunque al final la cultura y el pensamiento acaben copando la conversación. Luis, generoso, nunca falla en el regalo de sus publicaciones recientes, ritual de la dedicatoria incluido. Al no podernos ver, hace unas semanas recibí por correo sus últimos libros, una traducción de Ginés de Sepúlveda sobre las justas causas sobre la guerra contra los indios y un delicioso e intimista poemario, Silencios a la espera, con traducción al italiano. No para. Encerrado en su refugio sigue produciendo sin cesar, dando luz a textos de autores que siguen aún sin traducir, volcando intimidades en los versos, escribiendo sin parar de todo aquello que conoce y ha vivido, que es mucho. Esta es la labor del humanista. ¿Cuántos quedan?
Las humanidades, quiero creer, de momento seguirán. Devaluadas, vituperadas, instrumentalizadas, pero las lenguas clásicas, artes, letras, historia o filosofía van a seguir formando parte de los planes de estudios, aunque su peso y prestigio decrezcan ignominiosamente. Consecuentemente habrá profesionales consagrados a su enseñanza, pero no por enseñar estas disciplinas se es humanista. Para serlo se requiere la visión global e integradora que procede de una formación amplia en todos los campos. El especialista nunca puede ser humanista. También resulta necesaria la convicción, vivirlo y sentirlo de manera apasionada.
El humanista, como es el caso de Luis Frayle, está convencido de que la sociedad mejorará si se potencia el conocimiento y aprecio por el ser humano en todas sus dimensiones. El milenio de cristiandad que se interponía entre la Antigüedad clásica, pagana, y el Renacimiento, dio al humanista moderno una perspectiva determinante en la construcción de la Europa que posibilitó el reconocimiento de los derechos humanos y los modelos políticos democráticos que, pese a sus limitaciones, tanto hicieron progresar al mundo.
Por eso, la renuncia a aquello que nos constituyó como civilización, contiene el germen de la destrucción. Y la decadencia de las humanidades, inducida en buena medida por unas estructuras cuya punta del iceberg son los gobernantes, tiene mucho que ver con el tiempo de crisis e indefinición que atravesamos y los miedos a la quiebra definitiva de nuestra hermosa civilización.