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Opinión

Vivir y morir en soledad

Imagen de Sabine van Erp en Pixabay

La soledad se admira y se desea cuando no se sufre.
Carmen Martín Gaite

[dropcap]L[/dropcap]a pandemia COVID ha puesto de actualidad un problema que en realidad no es nuevo y que viene sucediendo desde mucho tiempo antes de la propia pandemia: vivir, enfermar y morir en soledad, aunque la pandemia haya puesto el foco únicamente en este último aspecto: morir solo.

Pasar las últimas horas de la vida y morir en un hospital es, por lo general, un experiencia fría y desagradable para el moribundo y para sus familiares, aún en el caso de estar acompañado en ese último trance de la vida. La diferencia con la muerte en la propia casa y acompañado por la familia o los amigos es abismal; sin embargo, hoy día son muy pocas las personas que mueren acompañadas por sus seres queridos en su domicilio. La sociedad ha sacado el último acto de la vida, el momento de la expiración, del espacio y el tiempo donde transcurre normalmente la vida.

La soledad es una experiencia individual y subjetiva que puede ocurrir en cualquier momento de la vida. No hablamos de la soledad buscada, en el sentido unamuniano del término, de la soledad como introspección del mundo interior:“No hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo, y este diálogo sólo puedes entablarlo estando a solas” escribe Miguel de Unamuno en Soledad, ni tampoco de “la soledad que se admira y se desea cuando no se sufre” que escribe Carmen Martín Gaite.

Hablamos precisamente de la soledad que se sufre. Hablamos de la soledad sobrevenida, de un sentimiento que afecta a las personas que viven solas sin desearlo. Julián Barnes, un escritor británico, explica en su libro titulado Niveles de vida, “que pocas cosas pueden ser más dolorosas que la soledad no elegida”.

En realidad, la soledad es unacuestión emocional, un estado anímico, muchas veces difícil de sobrellevar porque puede conllevar otras consecuencias indeseables como el aislamiento y la exclusión social, incluso en quienes han hecho de la soledad una decisión consciente y meditada, pero especialmente en quienes la sufren en contra de su voluntad y especialmente si les genera inseguridad.

Es una sensación psicológica, en la que la persona se siente alejada del mundo que le rodea y de su espacio físico, psicológico y mental, un espacio que se achica yrepliegasobresí mismo y vuelve a la persona invisible o la hace sentirse como tal. Hablamos de la soledad que se padece, que es la predominante en la sociedad actual.

En España hay casi cinco millones de hogares unipersonales en los que viven personas de todas las edades, muchas de ellas jóvenes, pero dos millones son mayores de sesenta y cinco años que viven solas después de haber vivido siempre acompañadas, por lo que esa soledad obligada les resulta especialmente dura. Con el paso de los años son inevitables las pérdidas: padres que han visto marchar lejos a sus hijos a quienes ven solo unos días al año, personas que han perdido a sus parejas y para quienes la soledad es una consecuencia sobrevenida y no deseada. Es la ausencia de aquellos con quienes has compartido el camino de la vida, el cariño, y que te importan más que tu propia vida porque, en realidad, ellos son tu vida.

La disgregación social y, especialmente, la ruptura en mayor o medida medida de los lazos familiares y sociales ha obligado a muchas personas a vivir solos y a sentirse solos. Ese tipo de soledad obligada es la soledad que se sufre.

En los países occidentales, con una población cada vez más envejecida, es un problema generalizado y cada vez más frecuente, que tiene lugar principalmente por la ruptura de las formas habituales de convivencia: las familias, pero no solo, también por la pérdida del sentido de vecindad, o la desaparición del sentimiento de solidaridad de núcleos más amplios como el barrio o el pueblo, aspectos que no se valoran suficientemente cuando se tienen y no se echan de menos hasta que se pierden. La soledad se resuelve con compañía y esa compañía la da el entorno de proximidad y, cuando el entorno se disuelve, entra la soledad por la puerta, generalmente para quedarse en casa. Por eso, no la pueden resolver las administraciones públicas, ni los sistemas de ayuda social, que en el mejor de los casos únicamente pueden paliar algunas de sus consecuencias mediante los sistemas de ayuda a domicilio.

Es un fenómeno generalizado que, independientemente del dolor emocional de sentirse solo, tiene consecuencias muy diversas, especialmente si se padece alguna enfermedad o alguna limitación, o se necesita algún tipo apoyo que no se va a tener, aspectos que la ayuda social puede paliar, pero esa ayuda no puede evitar el sentimiento de que te pueda suceder algo y nadie se entere: ni tus hijos o seres queridos que pueden estar muy lejos, ni tampoco tus vecinos que viven al lado. A la mayoría de los viejos también les aterra morir solos, aunque sea en su propia casa.

No parece que existan fórmulas de convivencia alternativas a las desaparecidas y tampoco parece que haya mucho interés por poner de manifiesto el problema y debatir posibles soluciones. La sociedad ha escondido la soledad como ha escondido la muerte. En una sociedad que cultiva el éxito social y la imagen del triunfo por encima de todo, estas cosas se esconden. No interesan. Es de mal gusto hablar de ellas. Hasta que te pasa a ti. Hasta que una pandemia sirve para poner de manifiesto que muchas personas han muerto solas. Después, se nos volverá a olvidar, y mucha gente seguirá muriendo sola y lo que es más triste, seguirán viviendo solos.

Escribe Víctor Hugo en Los miserables que “La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes obscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres.” Llevamos un año hablando de héroes, pero nadie parece acordarse de los héroes anónimos que produce la soledad.

 

 

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