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Opinión

El abandono de los pueblos

Foto. Pixabay.

 

[dropcap]L[/dropcap]os campanarios desde lejos erguidos, con las frentes altivas dominando el paisaje, incitan a penetrar en ese mundo rústico que la tierra castellano leonesa distribuye por sus contornos como algo consustancial a su propia existencia. Pueblos que en la lejanía del horizonte, nos hacen suponer la magia del pincel de los tiempos sobre esos decorados únicos que alimenta como un tesoro esta tierra.

Por esto y por otras razones emotivas y entrañables es por lo que debe dolernos en lo más profundo ese abandono que lentamente ha ido corroyendo al mundo rural. Algunos pueblos son simplemente figuras fantasmagóricas, que se fueron apagando cuando la tierra advirtió sobre su piel de contrastes la ausencia del hombre. Hombre y tierra como simbiosis inseparable del argumento esperanzador que mueve la vida.

Cuando la comunicación ha roto definitivamente las distancias y la información es una sugerencia imperativa que nos adecua en los cercos de un mundo idílico que nos atrapa, es difícil  salvarse del modernista abrazo del tiempo. Los jóvenes de nuestros pueblos tienen el mismo derecho a esta aspiración de subirse en el tren incitador del consumo y la prisa. También por razones de estudio y otras influidos por la parafernalia publicista o el deseo de muchos progenitores de lograr que sus hijos no queden atados a las exigencias del complicado sector agrícola-ganadero, es por lo que en otros casos los jóvenes abandonan el ámbito rural.

Pero claro, una cosa es que la clase política no sea culpable directa en el fondo de la despoblación que sufren los pueblos y otra muy distinta que no se pongan todos los medios precisos para mimar, apoyar y ayudar a quienes todavía luchan desde el entorno familiar con todas sus fuerzas, por no huir de los surcos que comparten con ellos desde siempre la vida.

Los camiones cisterna siguen apagando la sed de muchas poblaciones. La atención médica en diversas zonas es alarmantemente deficiente. La enseñanza o la incomunicación absoluta cuando caen cuatro copos de nieve, delatan ese abandono que, una y otra vez, anima a fugarse hacia el reclamo de las ciudades, donde pueden encontrarse los servicios básicos para una subsistencia digna.

La imaginación decisiva de los políticos tiene que reconvertir esta situación lamentable en una vía con futuro, que genere en la escasa juventud del mundo rural, la certeza de que es posible disfrutar de los medios precisos que satisfagan las necesidades imprescindibles

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