Opinión

Con Kerouac… en el camino

La lápida de Jack Kerouac.

 

[dropcap]C[/dropcap]orría el año 1976 en una Salamanca que iniciaba la transición democrática, con el dictador Franco ya muerto pero todavía muy presente en aquella sociedad cerrada y provinciana. El obispo Mauro me acababa de enviar de pastor a Gallegos de Solmirón y Bercimuelle, en los límites lejanos con Avila. Íbamos los pocos de mi generación a las parroquias con la gran ilusión de renovar las comunidades con el espíritu y el aire nuevo del hacía poco clausurado Concilio Vaticano II: Inútil pasión, no era poco lograr que los pueblos no nos cambiaran y nos obligaran a ser curas como los que siempre habían tenido…

Yo pasaba unos días de la semana en la capital para seguir estudiando: Pedagogía, Hª del Arte, Filosofía…Tuve la suerte de rodearme de amigos muy amantes de la Literatura y a través de ellos fui conociendo y admirando a grandes escritores que me ayudaron a abrir aún más mi mente a lo universal y a lo verdaderamente humano.

Fue en esta etapa cuando me encontré con Jack Kerouac (1922-1969) y la generación beat: Burroughs, Ginsberg y Noel Cassady y alguno que otro. Kerouac sin quererlo se convirtió en el progenitor del movimiento hippie. Novelista y poeta destacó por su novela autobiográfica En el camino. No eran unos personajes muy morales que digamos pero tenían una filosofía de vida basada en el “enamórate de tu existencia”; echaban de menos a sus viejos llaneros solitarios, esos antihéroes que surcaban el país de lado a lado en busca de aventuras, sexo y jazz.

El bueno de Kerouac había pasado años consumiendo drogas y bebiendo como si no hubiera mañana. Murió de cirrosis hepática a los 47 años. El cura dijo de él en su funeral: “Personificó algo de la búsqueda del hombre y su lucha por la libertad. Siempre rechazó ser encasillado por la mezquindad del mundo. Tenía la exquisita honestidad, los arrestos de expresar y vivir sus ideas. Y ahora está de nuevo en el camino, siguiendo adelante”.

Retrató a los marginados y desplazados de la sociedad yanqui aborregada en sus planteamientos, poniendo siempre la carretera y el viaje como sinónimo de libertad y aventura. Fue libre allí en el camino. En la ruta fue feliz, auténtico, convirtiendo lo ordinario en pasión y en arte. Con su estilo personal rechazó las convenciones sociales, la seguridad y los lujos, buscando siempre el sentido profundo de su vida.

Esto le llevó también a la religión y a la espiritualidad, especialmente al zen. Desde joven se dejó influir por las filosofías orientales convirtiéndose en un practicante budista, pero sin dejar nunca de ser católico. Su técnica es la prosa espontánea con la que propone un viaje continuo, una forma de vivir desarraigada en continua búsqueda de respuestas esenciales. Amando lo que veía y sin dañar a nadie.

En aquellos mis años jóvenes y primerizos en el oficio clerical confieso que sus novelas me abrieron muchos horizontes: vi en él aspectos del mismo Jesucristo, de San Francisco, de D.Quijote, del mismo Buda. Al releer estos días En el camino me he vuelto a ver identificado con su persona y sus actitudes vitales. Y con su preferencia por los locos de este mundo.

Han pasado muchos años desde entonces…pero me sigo sintiendo viajero y vivo, peregrino, desinstalado y libre. Buscando respuestas por todos los lugares.… Haciendo camino al andar.

Aprendiendo del caminar de todos.

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