[dropcap]E[/dropcap]l Yacente de Venancio Blanco ha vuelto a la catedral y allí estará hasta el 4 de abril, salvo que decidan prorrogar. El Cristo volviendo a la vida, que es su denominación real, pertenece a la Fundación Venancio Blanco, presidida por Francisco Blanco, el hijo del gran escultor de Matilla fallecido hace ya tres años. Son buenas noticias, por el valor de esta obra referencial del arte religioso contemporáneo y porque esta imagen se le debe a Salamanca.
Los protagonistas del regreso son cuatro. Uno, Chema Sánchez, amigo del escultor. Los tres restantes son instituciones: Fundación, Cabildo y Hermandad de la Soledad. Todos han buscado lo mejor para sí. Nada que reprochar, porque la ciudad se beneficia y ellos, cada uno a su manera, también. Sin embargo, cuando se conocen de primera mano los entresijos del origen y las gestiones realizadas para que esta imagen fuera posible duelen mucho los silencios. Algunos por ignorancia, otros cicateros o dolosos. Quienes sacaron pecho en la presentación dijeron la verdad, pero no toda la verdad. Eludieron mencionar a quienes tuvieron la idea de encargar la imagen procesional de un Yacente a Venancio Blanco, lucharon para que la realizase e iniciaron los pagos pactados hasta que el escultor se negó a entregarla.
El amigo y el hijo, entiendo, están a otras cosas, pero la hermandad vecina y el hasta hace tres días jefe del espacio expositivo sabían de sobra todo lo que había detrás. Naturalmente que son libres de decir lo que quieran, igual que los demás lo somos también para juzgar. Y la realidad es que la Cofradía de Cristo Yacente tiene su sede en la catedral y fueron sus fundadores quienes en agosto de 1984 hablan por primera vez con Venancio Blanco. Parecía una locura pensar que una cofradía recién fundada, sin prácticamente hermanos, se atreviera a soñar con una imagen del más reputado escultor que había entonces en España. Pero el proyecto salió adelante. Las maquetas las expone en Miranda la cofradía, se elige una y se hace el encargo formal. Luego Venancio cambia de idea, cuando tiene la genial inspiración de convertir al yacente en un Cristo que vuelve a la vida… y como Pigmalión se enamoró de su obra y no la quiso entregar, aunque ya había cobrado los primeros plazos.
La cuestión legal es lo de menos. Además la cofradía le puso en bandeja el pretexto para el incumplimiento. De ello escribí ya hace muchos años. Pero ahora hablamos de elegancia, incluso de justicia. Ignorar deliberadamente a la entidad a la que esta referencia iconográfica de nuestra tradición escultórica debe su existencia dice muy poco de quienes han tenido los micrófonos y la pluma en estos días. La prensa, aunque escueta, algo ha recogido. Los medios diocesanos no. El deán amortizado, que ya conocía el parecer de la cofradía, tampoco. Son silencios cuya causa conocemos. Por ello duelen más. En el ínterin se ha producido el relevo y Antonio Matilla, ha ocupado su lugar. Somos muchos los que creemos en su integridad y confiamos en su buen hacer al frente de la catedral. Lo tiene fácil para ser un buen deán y, aunque sea fruslería, sería bueno un gesto para con esta cofradía incardinada en el templo que ahora comienza a gestionar.