[dropcap]R[/dropcap]icardo Nuñez es profesor de Escenografía y Geometría Descriptiva en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Tendría 19 años cuando un viaje en tren cambió su vida. Había comprado una edición de El Señor de los Anillos. Al apearse en el País Vasco, mientras caminaba por sus calles, encontró en un escaparate cualquiera unas figuras en miniatura que, casualmente, aparecían en la obra que acababa de atraparle con el traqueteo de las vías. Aquella serendipia en forma de orcos supuso para sí un antes y un después, ya que se dedicó durante las décadas posteriores a pintar e integrar esas figuras en escenarios en miniatura creados por él al detalle.
Javier A. Muñiz / ICAL. Acumula casi un centenar de escenas albergando un indeterminado número de figuras que se cuentan por miles. “Es una manera de ilustrar el libro. La única diferencia con los dibujos es que tiene una dimensión más. En vez de dos, son tres”, comenta Ricardo Núñez a la Agencia Ical. Para él, incluso tiene el aliciente de poder contemplarla de una manera “más real”, habida cuenta de que no se permite la libre interpretación de la obra. “Tolkien era un autor lo suficientemente descriptivo como para no tener que inventarte nada. En cualquier caso, si hay algo que no está explicado, intento que mi visión no tergiverse el resto del libro. Si no, no tengo más que seguir el guion”, comenta señalando al libro, el mismo que devoró en el tren.
En esencia, el profesor agradece “la suerte” de haber podido combinar sus dos pasiones: «la enseñanza y las maquetas». Se había dedicado al modelismo en arquitectura y urbanismo durante los años de la expansión inmobiliaria.
Las ‘pelis’
Si bien es cierto que no se dedica profesionalmente a la elaboración de estas maquetas, precisamente por el tiempo que requieren para su elaboración, sí acepta encargos esporádicos. “Al final esto es un museo, y bienvenidos a mi casa”, invita sonriente. Allí, en su hogar, tiene expuesta la mayoría de su obra distribuida en vitrinas con una cuidada iluminación. Las más grandes, algunas con más de un metro de largo, permanecen en la Facultad de Bellas Artes de la Usal, a la vista de alumnos y visitantes en busca de inspiración.
“Entre 2001 y 2007 expuse una vez tras otra. Me dedicaba a viajar con baúles por ahí. Recuerdo que la gente me decía que eran como las escenas de la película, aunque en realidad algunas tienen veinte años más”, ironiza, a la vez que reconoce estar “muy insatisfecho”, en general, con el feedback recibido por su trabajo.
En cualquier caso, aquella similitud entre su propuesta y la de Hollywood demuestra, para el profesor, que Jackson fue “muy fiel” a las escrituras de Tolkien. Al menos en El Señor de los Anillos, otra cosa resultó El Hobbit, “un despropósito absoluto”, en su opinión. “Defiendo la adaptación al cine, aunque con algunos matices. Desde luego, contando las dos trilogías, están muy por encima del cinco”, valora, aceptando ampliamente el acabado de los metrajes.
Por otro lado, la influencia de Hollywood en su quehacer llegó al punto de permitirle incluso trabajar con materiales nuevos. Y es que hasta el año 2001, existían figuras de Frodo, Gandalf o Gollum, pero no de Orlando Bloom, Viggo Mortenssen o Ian MacKellen, ni por supuesto, con la apariencia diseñada por el equipo de arte de Jackson. Fue entonces cuando editaron otra colección de figuras a la misma escala, ya inspirada en las películas, que no dudó en incorporar a sus creaciones. Así, a la marca irlandesa Mithril, fabricante que trabajaba desde sus inicios en los ‘ochenta’, sumó las nuevas miniaturas de Games Workshop, que ya pueblan sus viñetas.
Legendarium de Tolkien
Entre sus fuentes de inspiración más destacadas, Muñoz sitúa las propias ilustraciones del escritor. “Es una cosa muy desconocida, pero Tolkien era un gran dibujante”, comenta, mientras desempolva una edición exclusiva de El Señor de los Anillos. “Como ésta no hay dos en el mundo. La encuadernación en piel es un encargo diseñado por mí en plata y oro con dos dibujos originales de Tolkien impresos en los lomos del libro”, explica señalando dos ‘silmarils’ grabados sobre la superposición de semejante montaña de páginas. Por si fuera poco, muestra una edición “de lujo”, casualmente editada en Salamanca, con dibujos, mapas y manuscritos del propio Tolkien. “Aunque él era un gran escritor, y muy descriptivo, es cierto que una imagen vale más que mil palabras”, dice.
Aquel artista en ciernes encontró en Tolkien el valor de lo fresco. “Se sale de lo común. Lo comparo con la música española de los ‘ochenta‘ porque todo lo que salía era novedoso. Él no fue el primer escritor de fantasía, pero quizá sí fue el primero en lograr crear un gran universo paralelo. Goerge R.R. Martin reconoció que no hubiera hecho Juego de Tronos si no hubiera leído a Tolkien y C.S Lewis, el creador de Narnia, era su colega de cervezas”, ejemplifica. Una historia, desde luego con dimensiones bíblicas, en cuyas páginas “hay cosas más posibles que en la propia Biblia”, según bromea este profesor, quien parafraseando a Buñuel se considera “ateo, gracias a Dios”. Al final, la defensa del bien contra el mal “es la esencia de todo”.
De hecho, según recuerda, Tolkien era un católico “muy practicante”, aunque esa condición “no se deje ver en su obra”. Es más, estructuralmente, El Silmarillion parte de un inicio que se puede entender como un Génesis. En cualquier caso, para el profesor de Bellas Artes, la intención del autor con sus escritos no era otra que la de dotar a Gran Bretaña de una mitología de la que carece. “En Inglaterra te sales de las ‘leyendas artúricas’ y no tienen nada. No tienen una mitología como tiene Escandinavia, Grecia o Roma. Es más, en algunos escritos insinúa que él quería recrear un mundo ficticio que, al final, se parece mucho a la campiña inglesa. Era su objetivo”, confirma.
Núñez llegó a estar tan inmerso en el universo creado por el escritor nacido en Sudáfrica que asumió la presidencia del ‘smial’, o sede local, de la Sociedad Tolkien Española en Salamanca. “Existen secciones en todo el mundo, empezando por la Tolkien Society británica, que cuenta con el aval de sus descendientes. Hoy en día se diría que es un club de frikis”, lamenta. Y reivindica el valor de la gente con aficiones como la suya, y más, tras el vasto trabajo artístico que lega. “También hay frikis del fútbol y no se entiende como algo peyorativo. De hecho, a mí me molesta solo si se dice por malicia. Quien lo dice por ignorancia, pues peor para él”, dice. El profesor abandonó la membresía de la Sociedad Tolkien por “falta de tiempo”, pero recuerda las “reuniones de disfraces, quedadas de lectura y actividades literarias” a las que asistía.
Hogar y legado
Ya sin cargos de responsabilidad, el profesor sigue inmerso durante su día a día en el imaginario de Tolkien. Hasta tal punto es así que su hogar, aparte de servir como museo para exponer su obra, recrea ciertos escenarios de la historia con una exuberante decoración que insinúa un viaje, desde luego a otro lugar, y seguramente también a otro tiempo. Cuando es momento de trabajar, baja una escalera de bombero desde un estrecho recoveco en el techo del pasillo que, una vez franqueado, desemboca en un diminuto desván abuhardillado. Allí, en un mínimo pero evocador espacio, despliega un arsenal de pequeñas herramientas sobre su sobrecargado escritorio, que le permiten atacar su labor armado con una lupa y el virtuosismo de sus manos.
El profesor explica, a pie de estudio, que siempre elabora varios bocetos antes de afrontar la ejecución de cada viñeta, ya que, según reconoce, es un elemento “técnicamente complejo”, sobre todo por el hecho de ser tridimensional. “Influye la iluminación, desde qué lado la miras, y a qué altura o a qué distancia. No es lo mismo que una ilustración en papel”, matiza. A partir de ahí, parte de una yerma estructura que va dando forma hasta conseguir la superficie exacta que busca. Ahí descansarán sus personajes, pintados con mimo a mano, representando las escenas más pintorescas de la literatura de Tolkien.
En cuanto a su legado, reflexiona sobre las enseñanzas que inculca a su alumnado, pero no le preocupa el destino de su obra. “Siempre les digo que yo hablo desde mi experiencia. Les doy mis recetas y no les niego la posibilidad de mejorarlas. Y me alegro, de hecho, si sucede. Yo tuve la mala suerte de que nadie me lo enseñó. Partí de cero, pero me preocupé durante muchos años de aprender técnicas transmitírselas después a los estudiantes”, explica.
A su vez, Núñez reconoce que, a día de hoy, no sabe dónde acabarán sus maquetas. “Sé que no las voy a vender. ¿Cuánto valen? Hay maquetas que tienen más de mil horas de trabajo”, recuerda. En este sentido, si alguien le quisiera comprar alguna, el profesor asegura que le diría “empieza a poner ahí hasta que te diga basta”, y aún así, tal vez al final no habría trato. “Para mí este es un lenguaje artístico tan válido como la pintura, la escultura, el dibujo, la fotografía o el grabado”.
Pensando en el futuro, reconoce que le están “tirando los tejos” para montar, por ejemplo, una fundación. “No tengo descendientes, así que tendría que buscar alguna manera de dejar las maquetas. De momento, con que no se perdieran me valdría”. También es consciente de que cuando estrenen la superproducción que está gestando Amazon Prime, bajo la dirección de John D. Payne y Patrick McKay, igual se encuentra con «otro filón”.
De Hobbiton al Monte del Destino, en lo más profundo de Mordor, atravesando Rivendel por el Vado de Bruinen y los Senderos de los Muertos. Salir de la Comarca y cruzar la Tierra Media para destruir el Anillo Único en apenas un puñado de pasos. El universo de Tolkien, tan vasto e intrincado, reducido a una ráfaga de vistazos para el sempiterno deleite de ‘los más cafeteros’. Una minuciosa labor forjada a lo largo de los años por las precisas manos de un artista. La perfecta simbiosis entre la indomable imaginación de un fantástico apasionado y la milimétrica técnica de un doctor con cátedra.