Opinión

El charco de la libertad

Imagen de Lubov Lisitsa en Pixabay

 

[dropcap]H[/dropcap]ay cosas que repentinamente recuperan su adecuado peso durante la sobremesa. Por ejemplo la libertad. Asunto (de la) capital. Quizá no haya muchas cosas que requieran más esfuerzo intelectual para no llegar a ningún sitio. O, como de costumbre, a un lugar acordado por todos.

En mi opinión, en tanto no seamos capaces de dar una definición concreta impermeable a matizaciones, correcciones u otras dudas acerca de algo, desconocemos ese algo. Es decir, sin peros, sin complementos circunstanciales de tiempo o lugar, sin faja ni sostén… Y en concreto con la libertad, nos hace falta mucha argamasa.

Libre albedrío versus destino, dirán unos. Azar, casualidad y capricho, o legislación planificada defenderán otros. Pero, ¿y qué es todo eso? Quiero decir, ¿cuánto de todo lo que escogemos es fruto de nuestra auténtica libertad?

Porque soy libre para casarme, pero mi elección no es tan libre. Evidentemente solo podré encontrar a mi candidata ideal dentro de un limitadísimo grupo, lo que quizá haga imposible que sea ideal. ¿Y eso? Porque mi elección se verá condicionada por dónde vivo y quién vive en ese entorno, por mi nivel educativo, ya que mucho no querré bajar y subir demasiado quizá se me haga “cuesta arriba”, mi nivel de renta, ya que me tropezaré con candidatas para tal casting en los lugares que frecuente y no en aquellos en los que no quiero o no puedo poner un pie, la edad, por causas similares y también las características físicas.

¿Políticamente incorrecto? Quizá, pero echa cuentas de los ejemplos que conoces de parejas tipo Príncipe de Beckelaer & Bruja Avería o Wonder Woman & Orco de Mordor. Por lo que sea (ja) se crean y ellos se juntan… Bueno, está lo de Liz Taylor y el albañil, pero eso es otro negociado del amor.

En la década de los 70, el neurofisiólogo de la Universidad de California Benjamin Libet llevó a cabo una serie de estudios con los especularía con la capacidad de tomar decisiones de forma libre y, ojo, consciente. El charco no es pequeño, ya que la discusión giraría alrededor de quién decide, el cerebro o la mente consciente. ¿Qué crees tú?

Si hacemos una reflexión rápida, está claro que decidimos conscientemente muchas cosas. El tipo de pan que compramos, a quién votaremos si vivimos en Madrid, qué color queremos para nuestro futuro coche, donde iremos de vacaciones en cuanto podamos ir de vacaciones o si nos pondremos los pantalones baggy, Slim fit o super skinny. Todas esas decisiones están delante de nuestra nariz cada día (o cada cuatro años), ¿verdad?

Pues bien, como imagino que habrás interpretado, la respuesta es un no rotundo. Electroenfalógrafo y electromiógrafo corroboraron en el experimento, que los voluntarios eran conscientes de querer pulsar el botón segundos después de producirse la actividad muscular. Es decir, el cerebro ha decidido antes de que seamos conscientes de esa decisión.

¿Libertad? Para decir no y poco más. Y siempre que le demos un pensado (tiempo), claro.

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