[dropcap]L[/dropcap]levamos más de un año soportando el mismo baile de máscaras repetido una y otra vez por las mismas diecisiete orquestas, con letras y sinfonías disonantes, interpretadas en cada caso según la mayor o menor genialidad del director correspondiente, pero empeñados todos y cada uno de ellos en dar la nota para diferenciarse del resto y buscando incansablemente que el público aplauda su genialidad. Los músicos, de cada una de las orquestas, estupefactos, interpretan los caprichos de su director como pueden y se sienten, en gran medida, la orquesta del Titanic.
A bordo del barco los pasajeros: usted, yo, todos, tenemos conciencia de que nos vamos a pique, pero como no está en nuestras manos evitarlo ¿?, por ahora, nos distraemos bailando como podemos, aunque resulta francamente difícil ya que además del director todos los músicos de la orquesta desafinan, unos más y otros menos, pero ninguno de ellos es capaz de tocar la pieza correspondiente ajustándose a la misma partitura. De hecho, la mayoría de los pasajeros no bailamos y contemplamos el espectáculo apoyados en la barra del bar, que tiene aforo limitado a un tercio de su capacidad, o sentados en grupos de cuatro en las mesas de la terraza; muchos han decidido ya abandonar el barco, pero no saben cómo hacerlo, al menos por ahora y mientras dure la tormentosa travesía en alta mar, pero “el sálvese quien pueda” está en la mente de la mayoría.
Es francamente difícil entender, y mucho más difícil disculpar a estas alturas, los errores reiterados que todos los responsables políticos están cometiendo en la gestión de la pandemia y, superado el desconcierto de quienes al inicio de la misma se encontraban al mando de las orquestas y del barco, desconociendo la partitura y la hoja de ruta que había que seguir para llevarnos a los pasajeros a buen puerto, la perseverancia contumaz en el error con tal de seguir al frente de la orquesta y del barco es ya un disparate de tal calibre que no se puede entender con criterios racionales ni tampoco de ciencia política y hay que estudiarlo como un caso psiquiátrico, como un grado extremo de psicopatología del poder.
Que después del sufrimiento acumulado sobre las espaldas de los españoles durante este año se sigan repitiendo por todos los directores de orquesta los errores cometidos en el pasado, en este caso con las vacunas contra el Covid19, y que nadie de ellos piense en dimitir e irse a su casa, es claramente patológico desde el punto de vista psiquiátrico y muestra su elevada autoestima y falta de autocrítica, a la vez que el desprecio que sienten por sus ciudadanos.
Es posible que cada mañana, cuando se despiertan en sus camas confortables y calientes, se reciten a sí mismos en voz alta los versos de Luis de Gongora en la poesía titulada Ande yo caliente y ríase la gente: “Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno y en las mañanas de invierno naranjada y aguardiente”, pero olvidan dos cuestiones primordiales: no estamos en el Siglo de Oro (podemos votar) y, además, ¡los gobiernos son ellos!
1 comentario en «El baile de las vacunas»
Dr. Barrueco, no se pueden decir las verdades tan claras. Creo que este artículo nos debe hacer recapacitar sobre lo que NO DEBE SER UN POLÍTICO ESPAÑOL. Una vez mas pienso que es una reflexión brillante.