[dropcap]C[/dropcap]uando el mundo era bastante más simple la palabra dada tenía el mismo valor que un contrato escrito, el apretón de manos para cerrar un trato era una forma respetada que, en muchas ocasiones no necesitaba de testigos. Se firmaba y respetaba entre las dos personas que cerraban así un acuerdo comercial: con un simple apretón de manos.
En el mercado de ganados del arrabal del puente o bajo los soportales de la Plaza Mayor, o en bares como “La Granja” en la propia Plaza, era la forma habitual de finalizar los negocios entre los tratantes de ganado y los propios ganaderos de Salamanca, pero no era el único negocio que seguía dichos cánones, la compraventa de pisos y otros muchos sectores económicos actuaban de la misma forma. Después se formalizaban los negocios por escrito en los casos que fuera necesario, no lo era siempre, pero respetando el compromiso y el precio establecido con el apretón de manos. Si alguien no respetaba el trato quedaba deshonrado, su palabra dejaba de tener valor y nadie volvía a hacer negocios con él.
Ahora la palabra no vale nada, nadie firmaría un compromiso con un simple apretón de manos y los acuerdos se deshacen como un azucarillo en el agua si a alguno de los intervinientes le interesa, por disponer de un acuerdo más ventajoso para sus intereses acaecido más tarde. Solo lo escrito, firmado y ante un fedatario público tiene valor y en muchas ocasiones ni eso se respeta.
El valor de la palabra está en el respeto a la verdad, que es también víctima de los tiempos que corren. La mentira se usa con descaro y cotiza al alza. Una mentira bien propagada, utilizando los medios adecuados, llega a ser creíble y convertirse en verdad. Buen ejemplo de ello es el comportamiento de los partidos políticos y de los propios políticos. Los programas electorales son solo un listado de generalidades sin concreción que no comprometen a nada, pero es que, además, después cuando se alcanza el poder no existe ningún respeto al propio programa que debería ser un contrato con sus electores. Muchos políticos mienten de forma descarada, niegan evidencias y afirman falacias, sin que los electores tengan ninguna posibilidad de exigir el cumplimiento de las promesas y de la palabra dada. Hasta el BOE recientemente rectificó y escribió “donde dice digo debe decir Diego”.
De niño me enseñaban que la mentira tenía las patas cortas, ahora las fake news han tomado carta de naturaleza en la vida social, las redes sociales que podrían ser un excelente medio de difusión de la verdad, se han convertido en una selva de mentiras y falsedades que solo buscan la intoxicación ocultando la verdad.
La liturgia católica incluye después de las lecturas la frase “palabra de Dios” como señal de que dicha palabra se basa en la verdad y garantiza el cumplimiento de la palabra ofrecida tras la lectura sagrada. En la vida real para describir la enorme extensión de la mentira se acuña la expresión “aquí no dice la verdad ni Dios” o alternativamente “aquí miente todo Dios”.
Parece evidente que la verdad ha perdido valor y que la mentira no penaliza a quien la práctica. Hemos llegado a tal refinamiento que para señalar directamente a un mentiroso se le dice eufemísticamente que sus palabras no se ajustan a la verdad, una formula ambigua que evita enfrentarse y señalar directamente a quién miente, lo que sin duda contribuye a dar carta de presentación a la mentira y a los mentirosos. Es tiempo de recuperar el valor de la verdad y el respeto a la palabra dada.
1 comentario en «El valor de la palabra dada»
No solo las redes sociales, también los periódicos mienten y tienen sesgos en función de sus simpatías o intereses.