[dropcap]M[/dropcap]e gusta visitar construcciones abandonadas, hacer fotografías de estos espacios que esperan pacientemente ser demolidos o rehabilitados. Edificios dormidos, donde se rompen el hastío con el eco de los sonidos, recorriendo los pasillos.
Estos escenarios se resisten a hincar la rodilla ante el paso del tiempo y cada mañana iluminan sus paredes con afilados rayos de luz que se cuelan por ventanas, puertas entreabiertas y resquicios estructurales originados por la falta de mantenimiento.
La iluminación natural confiere una atmósfera propicia para la fotografía de interior: contraluces delineando objetos, contrastes lumínicos exagerados que cortan suelos y paredes, sombras remarcadas que ocultan esquinas y rincones, iluminaciones tamizadas por ventanales empolvados y un sinfín de variaciones escénicas, según cambia la incidencia de la luz a lo largo del día.
No tengo un marcado espíritu de aventura, por lo que solo disfruto de estos momentos cuando dispongo de permiso para fotografiar, que siempre suele ser en espacios urbanos que van a ser rehabilitados. Aunque parezca que esta circunstancia le hace perder encanto al momento, realmente no es así, pues posiblemente tendré un valioso trabajo de documentación antes de empezar la rehabilitación.
Me llaman la atención en especial las cocinas y los cuartos de baño, las griferías, los azulejos, algún espejo destartalado, las baldosas, los rodapiés, las escaleras, tragaluces y chimeneas, aunque realmente siempre manda el momento de luz, que consigue desviarme la mirada a su antojo, mostrándome con descaro quién es la protagonista: la reina de la escena.
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