[dropcap]U[/dropcap]na amabilísima funcionaria de la Gerencia de la Seguridad Social, me decía que llevaban decenas de llamadas de los quintos del 54 y 55, preguntando y protestando por el abandono vacunal que sufrían. No podíamos entender cómo se había inoculado por encima y por debajo de tales añadas mientras que a nosotros se nos dejaba tirados en el islote provincial del olvido.
El caso es que el viernes 14 de este geringuelleado mes primaveral, nos vestíamos de largo para recibir la pócima que, más que milagrosa, es producto de una respuesta científico-mundial a un monstruo invisible que nos tiene acojonados.
Lo del Sánchez Paraíso es de matrícula de honor. Quienes han organizado ese crucigrama sanitario merecen el más contundente y rotundo de los halagos.
El problema es toda esa banda de bultos político-sanitarios, sospechosamente ineficaces que un día sí y otro también juegan con la salud de la gente, como si fuésemos parte de un teatrillo que debe satisfacer la insultante adicción a sentirse patrones del invento.
El citado atardecer, pude observar, cómo hubo ciudadanos que, con todo derecho y sin identificarse, rehusaron ser vacunados con la temida y vilipendiada AstraZeneca. Incluso algún aspirante al pinchazo, dejó claro que volvería después, pues la vacuna propuesta, era un producto de fin de temporada. Y así fue. A las pocas horas estaba siendo inyectada la Jannsen entre el contento general de los citados al final de la tarde.
Por supuesto que un servidor se puso la AstraZeneca, sin pensar en otra cosa que en sacar el cuello de esta cloaca social que nos ha cambiado la vida. Pero esto no puede evitar que cuestione a quienes decidieron el tipo de vacuna que debía ser usado el citado día.
El caso es que, mientras tenemos a miles de vecinos esperando la segunda dosis de AstraZeneca, se opta por expandir el lío de la desconfianza a más gente, poniendo nuevas dosis de la citada vacuna, cuando se sabía que no habrá nuevas adquisiciones de la misma. Es decir, que en vez de rematar el efecto de la vacuna en quienes ya habían recibido la primera dosis, nos la meten por primera vez a nuevos conejillos de laboratorio, para que el rebaño de la preocupación que delata a los incapaces siga creciendo.
El caso es que estamos metidos en el rodaje de una nueva película que trata de convencernos de que las mezclas son las guindas de un pastel presidido por las velitas de la suerte que alumbrarán la fiesta del disparate.
Que a estas alturas haya políticos que se pregunten por qué están en el escalafón más bajo de las preferencias ciudadanas, es para correrlos –quiméricamente- a gorrazos por el recinto ferial de nuestros derechos.