[dropcap]N[/dropcap]o criminalizare las llamadas nuevas tecnologías, no es mi intención, al contrario, creo que están llenas de cualidades y que hay que reconocerlas. Que hubiéramos hecho sin esa ventana al mundo en los tiempos de confinamiento y que haríamos sin esas sedes electrónicas oficiales que colapsan continuamente y que hacen que el buen día con el que amaneciste de repente se convierta en otra cosa. Nótese mi ironía con esas páginas oficiales tan necesarias, pero a la vez tan inhábiles.
Lo que sí es cierto es que esa ventana al mundo nos deja problemas con los que es difícil lidiar y más cuando un problema cruza la línea roja para convertirse en delito. Indudablemente no podemos culpabilizarla, ya que el problema no está en las tecnologías, está en el mal uso y abuso que nosotros, como consumidores, hacemos de ellas.
Y aquí es donde hay que volver a hacer hincapié si debemos fomentar el “libre albedrio “y el todo vale “porque yo lo valgo“. Esa sensación de impunidad que se saborea detrás de una pantalla, también se extiende como una marabunta entre los más pequeños que en la mayoría de las ocasiones no son conscientes de que la realidad supera la ficción. El peligro no solo está en las calles al cruzar la carretera por un sitio que no deben. También en sus propias habitaciones y al amparo de su familia. No todo debería de valer, aunque eso parece.
Últimamente asistimos a un boom de menores que por edad no deberían de acceder a ninguna red, sobreexpuestos a miradas que no buscan la algarabía del momento, mientras cantan y bailan alguna canción no apta para su edad. No trato de hacer crítica ante padres y madres, ni de justificarme, pero piensen si realmente esa exposición vale la pena y no le pregunten a Google, no sabe la respuesta.
Salta a los medios el caso de una adolescente de 14 años al borde de un suicidio por una sextorsión y salvada “in extremis “por agentes de Policía Nacional. Vidas tan jóvenes a punto de perderlas que no encuentran salida ante un problema que no mola, contrariamente a lo que le decía su ciberacosador. Un caso único por sus circunstancias con un final afortunado, pero unas consecuencias brutales para esa joven adolescente que no encontraba otra alternativa que acabara con su sufrimiento.
Estamos en un momento bastante crispado socialmente, desgastados mentalmente e intentando salir de un túnel, pero aun así se debe seguir fomentando un buen uso de las tecnologías y una buena educación digital, aunque ello implique esfuerzo y pugna ante un ciberespacio tan desconocido, pero tan necesario.