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Opinión

Cuatro miradas de la infancia

A Tati

Fue en 1967 cuando mi Madre encargó el retrato de mi hermana Vega a la pintora Malocha Pombo, posteriormente vendría el mío en 1968, el de mi hermana Paloma, en 1972 y finalmente, el retrato de mi hermano Alberto, en 1983. Todos habíamos cumplido cuatro años.

Retratos realizados al pastel sobre cartulina, perfectamente enmarcados, si bien es cierto que con el paso del tiempo y el trajín de las mudanzas, el sellado trasero ha ido cediendo y en algún retrato se ha deslizado un poco de polvo aportándole un punto de solera y de antigüedad.

Las pinturas han ido de casa en casa cuatro veces con nosotros, casi siempre presidiendo la pared principal del salón, hasta llegar hace diecisiete años a esta casa donde ahora solo vivimos mi Madre y yo. A ella también llegó Amparo. El resto de la tropa ya había formado su propio hogar. Mi padre había fallecido en el año 2004, poco antes del último traslado.

Amparo, Tati, llegó a la familia poco antes que mi retrato, no sé deciros exactamente, pudo ser en 1966. Formó parte de nuestra vida hasta el final de sus días. No recuerdo su llegada, pero supongo que el vínculo emocional, casi maternal, no tardó en fraguar. Hoy no quiero destapar su figura más allá de estos apuntes. Tantos años, tanta vida y la muerte, que nunca cede.

Curiosamente, en esta última casa, los cuadros de Malocha Pombo no fueron a parar al salón, le dimos prioridad a unos óleos de algún artista local o familiar. En esta ocasión las miradas de nuestra infancia se colgaron en el dormitorio de Tati, donde la acompañaron durante sus últimos años.

Ahora, cuando entro en esta habitación, me gusta ponerme frente a mi retrato y mirarlo en silencio, esperando recuerdos de la infancia, como quien espera un tren en el andén, vaga memoria que recrea una mezcla de pasado e ilusión.

La fotografía de hoy está elaborada con técnica de doble exposición, utilizando un mismo encuadre para crear un diálogo entre dos escenas diferentes.

El Blog de Pablo de la Peña, aquí.

 

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