[dropcap]E[/dropcap]n primer lugar procederemos a explicar qué son las personas. Dice la Real Academia de la lengua de Cervantes que; será persona aquel sujeto de derecho, susceptible de ser titular de derechos y de contraer obligaciones. Propone un lenguaje un tanto forense, podría desarrollarse más añadiendo las opciones físicas y jurídicas, por ejemplo, pero no es el caso.
Persona, en términos más cotidianos sería un semejante vivo al que conocemos, o no, con el que hemos hablado alguna vez, o no, que nos gusta, o no, con el que compartimos muchas, pocas o ningunas cosas. De un género, de otro, binario, o no, etc. Lo que viene siendo una persona. ¡Mira! Una persona. No tiene muchas más vueltas. Sabemos de lo que hablamos.
Los pepinillos, por otro lado, son una “receta” del pepino, una planta de ciclo anual que tiene flores masculinas y femeninas en el mismo individuo, de la familia de las cucurbitáceas. A veces, recolectamos el fruto en edad temprana, sin que se haya desarrollado totalmente y lo sumergimos durante un período de tiempo determinado en agua y vinagre para obtener así nuestros pepinillos. Su uso es muy variado. Podemos consumirlo como snack acompañando un refrigerio matutino o una social caña vespertina.
Por su contenido en vinagre, genera en nosotros una abundante salivación. También nos puede hacer guiñar el ojo, acto convalidado también cuando miramos directamente al sol, cuando queremos visualizar algo con más precisión (los miopes sabemos de qué va todo esto) o también para generar un momento cómplice con algún otro ser, probablemente persona.
Descritas sus encurtidas bondades, pasemos a continuación a relacionarlas con las personas. Porque sí, existen vínculos. ¿Cómo descubrirlos? Es sencillo cuando se sabe. Los pepinillos resultan muy apetecibles pero, como bien sabrás un consumo excesivo generará una patasarribez en nuestro sistema gástrico. El ardor de estómago está garantizado. Como con otros consumibles, la problemática suele dar la cara cuando ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto. El “debí parar a tiempo” siempre aparece a destiempo.
Es evidente que no es sana una dieta basada en vinagres. No solo es agresivo, también puede resultar lesivo.
Así sucede con las personas pepinillos. Resultan atractivas al primer simple vistazo. El ojo a través del cristal del tarro enciende la memoria y ni siquiera hace falta motivar a la nariz con el aroma del vinagre (o la, léelo como sea costumbre en tu tierra) para comenzar a salivar, a razonar las ideas del buen amigo Isidro, “¿Y si lo acerco a mis labios? ¿Y si juego con él sin llegar a morderlo? ¿Y si permito a su vinagre espumar intensamente mi boca?
Se sabe. De su vinagre y nuestra saliva surge una danza que por un instante nos hace ignorantes ante todo lo demás. Será genial. Pero dosifica, o el ardor de estómago te hará recurrir a tu amigo Bicarbonato y sus primas las sales de frutas.