[dropcap]M[/dropcap]ientras cantaba miles de veces a los héroes vencedores de una guerra, preguntaba -pobre ignorante- dónde estaban los que la perdieron. Ahí empezaron mis problemas, ya que todavía no era capaz de entender que hay preguntas que uno debe tragarse por mucha curiosidad que se alimente.
La niñez -ya digo- me la bombardearon en la vieja escuela del Teso de la Feria, con consignas y máximas que, repetidas con ingenua tartamudez millones de veces, tuvieron la programada intención de calarme la sandía para meterle un azúcar patriótico de época.
Me duele la garganta cuando recuerdo las veces que canté a la cara del sol mil letanías, como todo hijo de vecino en aquellos años del pan pringao en aceite y la grumosa leche en polvo. Pero como el niño salió rana, los más cercanos comprendieron que lo mejor era dejarme en el mágico mundo de las letras, que me ofrecía la gracia de darme, a tan corta edad, el refugio maravilloso del tupido bosque de la poesía.
Y claro, cuando te tiras media vida escuchando historias de lo que pasó en un bando, te alimentan el ansia -a poco curioso que seas- de conectar con la gente que malvivió a escondidas su derrota durante casi medio siglo.
Pero la evolución democrática, lógica y precisa después de vivir la claustrofobia del túnel prieto que tanto ahogaba, debería habernos adecuado en la necesidad de seguir construyendo la convivencia más allá de las ideas.
Aquella ilusión del 78 que rezumaba esperanza por todas partes, se ha ido diluyendo en el café de los egoísmos geográficos, con la enseñanza como guinda de una manipulación que ha ido formando lentamente, en las escuelas del partidismo, a noveles aspirantes que sueñan alcanzar el egoísta y egocéntrico interés de lo propio.
Bastan tres preguntas de cultura general para abrir la desgarradora realidad de que tenemos sobre nosotros la inmensa tormenta que se va formando al estrellarse los nubarrones de la ilustración contra los de la ignorancia.
Me decía un profesor salmantino de enseñanza media, hace unos días, que crece el interés de los chavales por la política que representa posturas radicales, que alimentan los dos extremos que pugnan por reventar el espíritu del 78. Es fácil presuponer, si tal locura prospera, que el feudo tranquilo de la armonía, que en democracia debe construirse a base de respeto y tolerancia, puede correr peligro.
Difícil lo tenemos con estos empleados de la política, que pagamos a golpe de impuesto. Políticos en general que muestran un nivel decadente que imposibilita esa confluencia en el interés general, que marca los territorios que deben ser ajenos a cualquier conflicto.
Pero este es tiempo de campaña electoral permanente ante las urnas, y los feudos estadísticos, como carnaza de buitres y alimañas, son los que prevalecen, mientras los grandes problemas siguen soplando las arenas de sus dunas para que crezca el desierto de la intranquilidad sobre nosotros.
Pensar que, enfrente de la tontería gubernamental que sufrimos, no se percibe un recambio tranquilizador para el futuro inmediato, es como para decir…¡y tanto bregar para esto!