[dropcap]E[/dropcap]ra llegada la hora en que, desde mi punto de vista de creyente, debías encontrarte en los rumbos de las estrellas con tu padre. Verte en las frecuencias del Olimpo junto a Remedios, tu madre, y recordar aquel tiempo de negrura que marcó vuestras vidas, cuando vilmente asesinaron a tu progenitor, por rojo, en las tapias del cementerio. Llorar con lágrimas de emocionada eternidad, fundido en el abrazo de los tiempos a tu Juan Fausto y comprender al fin porqué se fugó de la vida aquella Navidad que marcó el inicio de la terrible patología de tu tristeza.
Aunque escribí varios artículos sobre ti en el pasado con cierta facilidad por conocerte desde siempre, estas letras muerden en el sentimiento con hondura el epicentro recordatorio, donde apareces como ese personaje de la niñez que marca la diferencia.
Tu entrega a la chavalería del barrio de La Vega, con los equipos de fútbol durante la etapa tenebrosa de aquella dictadura, era una forma de combatirla con dignidad mientras te entregabas con cuanto tenías a todos nosotros.
No sabes cómo me recome una intensa rabia los adentros por no llevar a cabo aquel compromiso que sellamos con la palabra de escribir tu historia. Desde ayer no me quito de la cabeza tan lamentable error, aunque me queda el regusto de todas las horas que me regalaste mientras me contabas la historia del protagonista de mi novela Casa Baja. Seis años en los que recibí lecciones de humanidad y vivencias únicas que solo pueden darse en los hombres de bien que visten la decencia de haber nacido para darse a los demás.
La memoria eriza mi desasosiego recordando episodios dignos de ser revelados, para que resplandezca la generosidad de tu acento humanista. Aquel día en que me regalabas un libro, aunque tu Luisa del alma, me daba la razón por una crítica abierta que hice a la falta de comprensión de tu gente hacia ti al final de tu vida política… “Manolo, al PSOE ni me lo toques. No escribas nunca lo que acabas de decir… hazlo por mí…”. Esa era tu lealtad a un partido que estaba para ti por encima de cualquier persona.
Atizando remembranzas aparece aquella noche en la que, una vez terminado el bullicio, los compis se esfumaron como la niebla que bendijo aquel paseo nocturno con Rubalcaba por la zona de la Salamanca eterna. Una noche mágica en la que le sacaste a don Alfredo el compromiso de invertir una montonera de pasta para recobrar la casa del poeta de Frades.
Y de esa ética contrastada, que eleva a la clase política a lo más alto de las consideraciones, pocos saben que prevaleció el amor a tu familia sobre aquel nombramiento tan importante que te ofreció el Gobierno de Felipe González. Aquella oportunidad desaprovechada, marca a fuego esa personalidad que presidió a lo largo de la vida tu camino intachable.
Lo curioso Luis, es que este artículo, ocupa el lugar de otro que tenía que haber enviado para recordar una anécdota vivida por ti junto a Heli, compañero mío de fatigas en las noches de voluntariado en Proyecto hombre Salamanca. Doy por hecho que quienes me dan esta libertad sin fisuras para expresarme en La Crónica de Salamanca, le dejarán ver la luz en los próximos días.
Mi querido Luis Calvo Rengel, inolvidable y viejo amigo, gracias, gracias por todo lo que me diste, aunque como decía –por ser creyente- doy por hecho que seguirás a mi lado con el inolvidable y tan necesario resplandor de tu sonrisa.