[dropcap]H[/dropcap]e tenido un par de batallas dialécticas esta semana. Los contrincantes merecen tanto respeto por mi parte que los he presentado como contrincantes para poder corregirlo. Interlocutores. Debatir no es guerrear.
En el primer caso, ambos participantes saltábamos por las ramas del mismo árbol, perfilando cada matiz, sumando a la suma, los dos aprovechando el acuerdo sobre el tema que estábamos tratando para mostrar nuestro más vivo plumaje, nuestro más insinuante trino, nuestras más sugerentes posturas.
En el segundo, en cambio, nuestra posición se sujetaba en distintos árboles. Enfrentados de base defendiendo argumentos no tan distintos en la idea, sí en la posición de partida. El duelo se llevó a cabo de manera idéntica. Que si mira mis plumas, que si cómo se te queda el cuerpo con mi canto, que si qué me dices de esta caderita mía, etc.
Lo que solemos hacer los humanos cuando nos relacionamos con otros humanos, vaya. El primer intercambio tuvo palabras en voz, en el segundo, las palabras fueron letras. El intercambio es más ordenado en el segundo, más reflexivo, te permite borrar y reescribir. El primero, si quieres, por momentos atropellado porque el matiz a la palabra propia y a la recepción de la ajena obliga.
Siendo distintos los temas, giraban alrededor de la idea del saber, de las verdades, del contar y el comunicar. Son personas que tienen muchas cosas que contar, a las que es interesante escuchar y no tienen grandes problemas cuando no se está de acuerdo con ellas. ¿Cuánto vale eso?
A nivel relacional, todo. Tiene todo el sentido del mundo defender con convicción lo que se considera cierto desde una perspectiva personal. Y también que hay que tener las ventanas abiertas para ver qué se nos cuenta, cómo resisten esas verdades que llevamos puestas ante aportaciones que van tanto a favor como en contra, etc.
En ocasiones insistimos en poner de nuestra parte a un verbo imposible llamado convencer. Todos sabemos lo que significa, pero no lo respetamos lo suficiente, hasta el punto de que en ocasiones, en cualquier conversación, ya sea sesuda o ligera como Telecinco por la tarde, se convierte en el objetivo a conquistar.
No se trata de convencer, solo se logra con individuos que ya se presentan a la cita convencidos, que acuden a por su dosis de “¿ves? Lo que yo decía o pensaba”. Se trata de poner a prueba, de encajar ideas, de someter las nuestras a la erosión y ver cómo resisten, cómo se transforman.
Se trata de aprender. Siempre aprender. Y eso se hace más y mejor dejando entrar cosas que no tenemos que sacando las nuestras a presión queriendo llenarlo todo.