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Opinión

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[dropcap]H[/dropcap]e escrito en otros artículos sobre las exposiciones que he hecho desde que empecé con la fotografía. Si hago una valoración global, puedo decir que estoy contento con todas, pues más o menos han cumplido mis pretensiones.

Tengo una página web y una cuenta en Instagram que considero que las uso a modo de expositor, pero este mundo virtual no me acaba de convencer porque no sé manejarlo, porque me ocupa mucho tiempo atenderlo correctamente o, tal vez, porque tiendo a mirar con nostalgia la fotografía y porque me pirra el papel y la alcayata para colgar el marco en la pared…

De hecho, estoy esperando a mi primer revelado analógico, como adolescente que se pregunta ¿a qué sabrá el primer beso? He comprado cinco carretes Ilford que me dijeron: “Son los buenos”, y con una Nikon FM que me ha dejado el maestro Holgado, disfruto los fines de semana esperando el curso del revelado. Creo que las personas que solo conocemos la fotografía digital, debemos tener esta experiencia al menos una vez en la vida.

El otro día en la Cafetería La Platea, me preguntó Ambrosio si me apetecía volver a exponer con ellos y por supuesto le dije que sí. Será mi tercera exposición en esta casa de buena gente, de buen café y de buenas exposiciones permanentes de fotografía o de pintura, indistintamente.

En estos proyectos siempre hay tres límites y un pero, el límite económico que condiciona y obliga a buscar recursos, el límite de tus conocimientos que está marcado por el esfuerzo que hayas hecho para evolucionar desde la última exposición y el límite fundamental que es dar un paso más y atreverte a colgar aquello que no sabes si gustará. Aunque siempre piensas: “Pero con el tiempo que he tenido desde la última exposición, ¿por qué no tendré preparada otra para estas ocasiones?”

En este caso, tengo tiempo para decidir qué quiero y cómo quiero exponer. La buena gente de la tertulia Cofrade Pasión me deja unos marcos con paspartú, lo cual  condiciona el formato, pero me acondiciona el bolsillo, de este modo, solo me preocupo por la impresión. Calculo que tengo en torno a dos meses para entregar las fotografías montadas.

Por mi experiencia o por mi ser, todo empieza con calma y los días pasan, reviso archivos, veo exposiciones que me aportan ideas, hago una selección previa de conceptos y descarto las opciones que menos me ilusionan (siempre llaman a la puerta fotografías sueltas que nunca han sido expuestas y se hacen querer). Hay que tener cuidado y no dejarte engatusar si no quieres romper el contexto de la exposición.

Cuando ya tengo matizada la selección, busco un título y empiezo a diseñar el cartel. Esta fase me encanta porque es como poner mi firma al trabajo final. En todo este proceso hay algo que no os he contado, siempre he hecho la selección de mis pequeñas exposiciones con el consejo de H.S. Tomé, me daba mucha seguridad escucharle hablar de mi trabajo, por su sinceridad y aportación de conocimientos. Esta vez no podrá ser, por eso se la dedicaré. Sean por él estas fotografías colgadas en la pared.

Ilustro este articulo con algunos carteles de mis exposiciones, a la espera de volver a exponer y con la ilusión de que os guste el café…

 

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