Lo más prudente que acaso hay es hacerse a sí mismo su propio confidente. Stendhal.
¿Estás de acuerdo? Es lo que tienen las citas, que al igual que el refranero se presentan con ese indiscutible traje de verdad absoluta, quizá sea porque el sastre se ha trabajado previamente el patrón con puntadas de afirmaciones que sujetan las costuras de la certeza a presentar o defender.
Sí es cierto que el refranero es la fuente más absurda de verdad en la que jamás haya confiado el hombre porque solo apuesta al número ganador. ¿Madrugas? A quien madruga Dios le ayuda. ¿Trasnochas? No por mucho madrugar amanece más temprano.
Vamos con el tipo cuyo pseudónimo fue utilizado para nombrar al mal de la belleza; Stendhal. ¿Es lo más prudente que seas tu propio confidente?
Comencemos con el sí. Por supuesto que es lo más prudente. Lo único sobre lo que tenemos control absoluto es aquello que no compartimos con nadie. Todo lo que quede a nuestra única crítica está también a salvo de una redundante crítica externa, no lastimará a nadie, etc.
Debemos ser nuestro confidente porque necesitamos confiar en nosotros mismos, sería peligroso confiar más en el verbo ajeno que en el pensamiento o sentimiento propios, pondríamos en riesgo el acento de nuestra personalísima y única identidad si terminamos por comprar el personaje por el que somos identificados, un personaje al que por cierto, en nuestra intimidad no terminamos de parecernos del todo. Y así, un sinfín de etcéteras.
Y luego está el ni hablar. El coste de ser nuestro propio confidente puede ser la posesión de un eterno título de propiedad sobre un rincón al fondo de una cueva. ¿Qué pasa cuando la única crítica a la que aceptamos someternos es la nuestra? Quizá en ese caso hallar el equilibrio sea la tarea más compleja del mundo por la ausencia de opiniones y referentes.
Según nuestro día, nos podríamos responder a todo “ouyeah” o “mierda”. Si nos situáramos siempre en una de las dos posiciones tendríamos todas las papeletas del mundo para ser unos flipados de la vida poseedores permanentes de la verdad más absurda o lo contrario, unos flipados seres dependientes de las caricias, de verdad absurdas, de los demás.
Veredicto.
A veces, lo más prudente que hay es hacerse a sí mismo su propio confidente, en cambio, hay veces que no hay nada más imprudente que hacerse a sí mismo su propio confidente.
¿Con qué lado de la balanza te quedas hoy?