[dropcap]S[/dropcap]everiano Grande, ahora que ha partido -como decía él– hacia la integración en la naturaleza, nos hace recordar que diseñó su vida a capricho sin que le temblase en su palabra la verdad surgida del mundo que habitaba junto a una familia que supo y quiso complacerle.
Siendo incapaz de quitarme de la cabeza aquellos momentos pletóricos que vivimos a su lado, se me viene a la mente una tarde bajo la arboleda de Mozárbez. Un multimillonario le acababa de ofrecer una montonera de dinero que cubriría todas las necesidades de su familia para siempre. Las esculturas que Seve tallase durante unos años llevarían la firma de este personaje, que aspiraba a ser reconocido en las más altas estructuras del arte con la ayuda monetaria que compraría espacios e intereses en los entramados oscuros de la cultura.
Como no podía ser de otra forma, Grande García prefirió seguir degustando la tortilla de patatas en el Calvitero con el agua de Linares, que tener que bajarse del andamio infranqueable de su dignidad.
Severiano era más grande que su apellido a la hora de defender su decencia personal, donde una ética, exagerada algunas veces (para el resto de los mortales), era su mono de trabajo. Él pudo en vida haberse subido al trapecio de la jauría social, si hubiese descubierto de forma pública que en un museo muy importante de este país, dos figuras atribuidas a uno de los grandes del siglo pasado salieron de sus manos. Simplemente habría que darles la vuelta y descubrir el minúsculo orificio donde él dejó un papel que decía: Esta pieza la realizó el escultor Severiano Grande García, nacido en Escurial de la Sierra, Salamanca.
Obedeciendo escrupulosamente el deseo del escultor, ha de irse con todos nosotros este secreto que solo podrá ser descifrado por el caprichoso vaivén de las casualidades y el tiempo.
Cómo no recordar aquella intervención suya en las murallas de Ávila, cuando los técnicos y asesores oficiales no conseguían componer una parte de aquel tesoro de piedras. Seve, desde la sabiduría personal que ostentaba, les dio las claves para resolver aquel desaguisado…
En los fértiles años de la Barcelona de los 60, estando de vacaciones en Salamanca, fue detenido por la Guardia Civil cuando regresaba a la casa de sus padres después de una noche de juerga. Solo le permitieron coger algo de ropa y, metido en un furgón, fue traslado a la ciudad Condal con suma urgencia. Su delito consistía en que estaba tallando el monumento conmemorativo a la Guardia Civil y la benemérita estaba harta de comprobar cómo el artista se olvidaba continuamente de ejecutar el compromiso. Aquel monumento fue terminado con la vigilancia constante de un guardia que se convirtió por aquellos días en su sombra.
Porque Seve era dueño del tiempo nunca usó un reloj que pudiera marcar horarios o normas que menguasen su aspiración constante a ser libre.
Pocos como él conocieron el lenguaje de las piedras o amasaron el cielo entre sus manos. Pocos como él supieron amar los contornos de la Sierra y escuchar, en el agua del Alagón, la música que alimenta en los genios las quimeras.
El grito de la materia lo llamaba en las deshoras para citarse con él en el certero golpe de su firme pulso. Fue uno de los elegidos para descifrar las coordenadas del arte que enclaustran la turbación de la belleza en las moles graníticas que alimentaron sus proyectos.
Como creyente, estoy seguro que volveremos a la discusión y, mirándonos a los ojos, regresaremos a los días en que, junto al Nilo, me descubrió emocionado el hondo corazón de la inmensa obra faraónica.
Como muy bien nos decía en el cementerio su Mari del alma, ahora vivirá para siempre a nuestro lado, en sus indestructibles esculturas.
En mi recuerdo, no lo dudo, aquellas horas en que fuimos, expandirán, como raíz de encina interminable, tu sensibilidad irrepetible en la memoria, y soñaré que Severo, Ramona, Félix, Isabel y el abuelo serán testigos de la colosal escultura de la eternidad, que irá esculpiendo, lentamente, en el lado posterior del tiempo.