Los meses de junio y julio son capitales para el campo en la provincia de Salamanca; llega el momento de recoger lo sembrado, con la incertidumbre de lo que se podrá ‘coger’ en cada parcela.
Pero, más allá de los rendimientos, estar al pie del cañón cada día, con jornadas de 10 o más horas sin descanso suponen un esfuerzo y amor por la tierra que están fuera de toda duda. Eso sí, nada tiene que ver con el trabajo en el campo hace muchas décadas o siglos; la evolución de la tecnología ha permitido pasar de la hoz al aire acondicionado o GPS en muy ‘pocos’ años, facilitando la labor del agricultor y terminando con un trabajo que era «un martirio».
Uno de los profesionales que conoció esos tiempos por boca de su padre y que vive las comodidades actuales de trabajar en el campo, reconoce que no hay ‘color’. Es Raúl del Brío, agricultor de Aldearrodrigo (Salamanca), quien relata la abismal diferencia entre el antes y el ahora.
«Hace muchos años, décadas y siglos, la labor en el campo no era, ni mucho menos como la conocemos ahora. Para la mayoría era un suplicio, con jornadas de sol a sol en verano sin apenas tiempo para un respiro. La siega se hacía a mano, algo que ahora nos parece imposible; venían cuadrillas de segadores, con más o menos gente en función del trabajo, para realizar esta labor; aquí, a La Armuña, solía venir gente de Las Arribes”.
Así lo recuerda Del Brío, agricultor de 38 años, quien ha mamado la profesión desde pequeño, aunque no vivió esta época. “Sé todo esto por las historias que me contó mi padre y gente del pueblo”, asegura. «No digo más que para dormir colocaban dos haces para hacer un poco de sobra y ahí se tiraban«, recuerda. También se tumbaban en un surco y como almohada cogían la paja o un montón de trigo. Otro ‘mundo’…
Una vez que llegaban las cuadrillas a las tierras, “cogían una hoz e iban segando a mano el cereal durante todo el día; una vez que terminaban de segar, se hacía un haz de trigo detrás de otro, que se ataba con la misma paja del trigo (esta labor generalmente la hacían las mujeres). Luego, en tiempo posterior, ya usaban cuerdas de esparto”, indica Del Brío.
Cada haz de trigo (o de otro cereal) se recogía en carros tirados por los bueyes “lo que se llamaba ‘carrear’ para llevarlos hasta la era y allí se hacía la parva, que no era otra cosa que amontonar cada haz de cereal para extenderlo por el suelo antes de trillarlo. Para eso se usaban los trillos, con bueyes o mulas, dependiendo de cada uno, y a dar vueltas sobre la parva hasta que se soltaba el grano de la paja. Esto lo solían hacer los niños o gente joven también”, explica Raúl del Brío.
El proceso posterior se centraba en amontonar el grano y limpiarlo poco a poco “con una especie de tornadera (rastrillo de madera) y se tiraba al aire, para separar por un lado el grano y por otro la paja. Luego se metía en costales, que eran sacos de 80 kilos, donde se guardaba el cereal”.
Esos sacos llenos de grano se llevaban a la panera, que solía estar en los sobrados de las casas. “Fíjate, que se tenían que subir sacos de 80 kilos por las escaleras hasta el lugar en el que se almacenaban… casi nada”, añade Del Brío.
¿Qué pasaba con la paja? “Bueno, pues la paja había que cargarla en los carros y se llevaba a los pajares de las casas; unos estaban fuera tirando la paja para que los de dentro del pajar la colocaran”.
Con el paso de los años, llegaron las segadoras, que lo que hacían era “segar y dejar ya los haces hechos para trillar después en la era, quitando ese trabajo de hacerlo a mano. Luego se creó una máquina parecida a una cosechadora, pero estática, encargada de separar el grano de la paja”.
¿Cuándo llegaron a España las cosechadoras? Más o menos, aterrizaron en España en los años 60, pero nada que ver como las conocemos en la actualidad. “No tenían nada, ni para tapar el sol y algunas ni siquiera un asiento y el cereal se recogía con trabajadores con un saco que iban metiendo el cereal que dejaba la máquina. En un periodo de 40-50 años se ha pasado de segar a mano a tener un GPS; el salto ha sido brutal”, reconoce Raúl del Brío.
“Digo lo de la evolución porque el sistema de siega antiguo estuvo presente muchos siglos; antes la cosecha solo era para autoconsumo y los rendimientos eran mucho más bajos que ahora porque no se echaba abono, claro, ni los cuidados que hay ahora. Que 20 fanegas dieron 1.000 kilos era ya muy bueno y de ahí para arriba, excepcional. No olvidemos que antes el pan se hacía en las casas”.
“Yo recuerdo una frase que me decía mi padre cuando me contaba historias de éstas. Cuando se acercaba esta época, indicaba: llega el martirio del verano. Ahora nada tiene que ver porque los avances tecnológicos han sido brutales”.
Un día de 2021 en la cosechadora
Lejos, muy lejos queda toda esta labor física y artesanal para recoger el cereal; ahora, nada tiene que ver pese a que las jornadas sean maratonianas.
«Empiezo en torno a las 04.30 horas cosechando el trigo; con la cebada empezaba más tarde porque entonces había un poco de ‘marea’. A la hora de comer, sobre las 15.00 horas, paro por las temperaturas y porque cosecho para mí y pocos compromisos; no tengo necesidad de que la máquina trabaje de manera innecesaria», argumenta Del Brío.
La cosechadora se ha convertido en su única compañera de viaje durante más de un mes; pero nada es como era hace ya muchos años. «La máquina tiene muchos avances y las hay mucho mejores que ésta; hay un mando principal con el que controlo las funciones del cabezal (parte que siega el cereal) y el tubo de descarga (para volcar el cereal en un remolque o camión), para darle más o menos velocidad a la máquina. También hay otros aparatos para trillar más o menos», señala, al igual que puede observar cada una de las funciones que hace.
Del Brío programa su punto de autoguiado, conduciendo la cosechadora por sí misma, aumentando la productividad y bajando el cansancio. «Programo la cosechadora antes de entrar en las tierras y así le doy la altura al peine, la longitud de parcela que quiero cosechar… y la máquina lo hace sola para que el sistema sea más perfecto, suban los rendimientos y el cansancio sea menor».
También, por supuesto, tiene radio, iluminación potente, nevera y aire acondicionado, además de un GPS que convierte la cabina de la cosechadora en un ‘ordenador portátil’.
¿Qué piensa Raúl del Brío durante tantas horas al día subido en su cosechadora? «Nueve o diez horas aquí dan para pensar mucho; analizo lo que voy haciendo, los resultados, comparando unas parcelas con otras… el agricultor siempre piensa en cosas de la tierra, del año que viene, dando vueltas a la cabeza», argumenta.
Lo cierto es que la tecnología aplicada al campo ha dado un salto tan grande hasta el punto de pasar de la hoz al GPS en solo unas décadas; el campo ya no es lo que era… por suerte.
1 comentario en «Cosechando el cereal: de la hoz al GPS»
enorabuena al periodista y al agricultor. quebin explicado y que recuerdos de la forma de trabajr de hace años!