Opinión

La mesa nº 33

Fotografía. Daniel de Arriba

A Juanfran, Carlos y todos aquellos
que con buena voluntad circulan por la mesa

[dropcap]E[/dropcap]n un establecimiento de Van Dyck, cuyo nombre dejamos entre la neblina céltica del misterio, hay una silla gigante de enano en la que nadie puede sentarse porque se utiliza como mesa. Y no se trata de crear un oxímoron ni andar jugueteando con las palabras, que la silla existe y es la mesa 33, el número mágico, de ese local singular con remembranzas gaélicas. Es una mesa especial y en torno a ella se entretejen mil y una historias que sirven para amalgamar la cotidianidad del pueblo que se evade. Es algo así como el recoveco más intrascendente de la intrahistoria unamuniana. Si el viejo rector reivindicaba la historia de los hombres sin historia como núcleo de la Historia más real, la insignificancia de quienes posibilitan el devenir de la sociedad debe ocupar, por fuerza, un lugar preferente en la intrahistoria.

Lo curioso es que la mesa aparece siempre ocupada por las mismas personas, aunque a lo largo de la tarde, o de la noche cuando las restricciones horarias de los últimos tiempos lo permiten, los integrantes van cambiando. Es la mesa que congrega a un grupo heterogéneo de parroquianos unidos por la coincidencia y el correr del tiempo. Y es en lugares como este donde se toma el pulso a la calle mientras caen las cervezas y se entrecruzan las historias.

Las gentes se renuevan de manera gradual a medida que transcurre la jornada, pero entre la trivialidad más anodina del discurso a priori previsible afloran las inquietudes por el hoy y el mañana, los disgustos y alegrías, el recuerdo de lo chusco, las dificultades en el trabajo o el problema de no tenerlo o teniéndolo estar imposibilitado para ejercerlo, porque en las circunstancias actuales todavía a muchos no les permiten ejercer su profesión. Y esto que se cuece alrededor de una silla que sirve de mesa, lo mismo que ocurre en otras muchas mesas y en las barras cuando así lo permite la graciosa magnanimidad de Igea-Casado, el tándem ciudadano que permite al presidente seguir sonriendo en su beatitud, se aproxima bastante más a la realidad que el surtido precocinado de noticias que día tras día endilgan los telediarios.

Los tiempos no son buenos para los hosteleros ni para otros muchos. Y Salamanca es una ciudad que vive de este tipo de servicios, aunque algunos amargados los repudien. El turismo y la Universidad son los polos de atracción y sin ellos no funciona la hostelería. Hoteles, residencias, restaurantes, cafeterías, ocio nocturno… mueven mucho dinero y permiten también a otros moverlo, porque si ellos paran, quienes suministran y reparten, los que sirven o transportan, músicos y actores que animan, el servicio de limpiezas y no sé cuántos más, también deben parar. Y hay demasiada gente que está parando, o funcionando a medio gas. En las noticias son números y estadísticas, en la vida real, a veces junto a una mesa, se descubren los rostros y los nombres de esas personas que se esfuerzan y luchan cada día por salir adelante.

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