La pasada Convención Nacional de Ciudadanos discurrió como una patética asamblea de muertos vivientes que, contra toda evidencia, se resisten a admitir que su tránsito por la política ha tocado a su fin. A esas alturas de la película, con Albert Rivera entregado a Pablo Casado, Inés Arrimadas se reivindica como líder de la única fuerza realmente liberal de la política española, como si eso fuera a tener efectos taumatúrgicos.
Se olvida cual fue el resultado de la aventura política de Antonio Garrigues Walker, quien, blandiendo la etiqueta liberal, sufrió la mayor derrota electoral que se recuerda en la derecha española: cero escaños en las elecciones de 1.986.
Los sondeos no son mucho más benévolos con Ciudadanos, que de celebrarse ahora elecciones, obtendría un solo escaño en el Congreso de los Diputados. De ahí que, a diferencia de Casado, Arrimadas no quiera ni oír hablar de comicios y ande empeñada en que el PP presente una moción de censura (no sé sabe para qué, ya que aritméticamente estaría condenada al fracaso). La lideresa “liberal” ha perdido por completo el oremus y no sabe si mata o espanta, al extremo que, preguntada por una eventual moción de censura de Vox, no ha descartado su posible apoyo a la misma. Y no ha sido su único guiño a la ultraderecha, ya que también ha calificado de “inadmisible” el acuerdo de la Asamblea de Ceuta de declarar “persona non grata” a Santiago Abascal. A este paso va a ser que la procuradora y secretaria tercera de la Mesa de las Cortes, Marta Sanz Gilmartín, es quien más está en la onda del nuevo rumbo marcado por Arrimadas.
Toda esta degradación del partido y de su lideresa le viene de perlas al vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, quien lleva mucho tiempo haciendo méritos para garantizarse un futuro político a la sombra de Alfonso Fernández Mañueco. Tan participativo antes, Igea ha pasado de presentarse a las elecciones internas convocadas para cubrir las 23 vacantes que las sucesivas fugas habían producido en el Consejo General de Ciudadanos. Lo sorprendente ha sido que su número dos en la consejería de Transparencia, el viceconsejero Fernando Navarro, haya probado fortuna. Propósito fallido, ya que ha fracasado en el intento. Al contrario que Gema Gómez, secretaria autonómica de Organización, que ha conseguido el objetivo. Más allá del prurito que supone ganar unas elecciones internas, no parece que tampoco le vaya a servir de provecho para revalidar sus actuales cargos públicos (concejala y vicepresidenta segunda de la Diputación de Valladolid) en unas próximas elecciones. Salvo, claro está, que esté haciendo bajo cuerda lo mismo que Igea.