Opinión

Peñaranda en la entraña

Tríptico Natividad. Convento de la Encarnación (Madres Carmelitas Descalzas) Foto. Turismo de Castilla y León.

 

[dropcap]S[/dropcap]iempre la he sentido como mía. A fin de cuentas la estirpe arraiga al lado y Peñaranda es por fuerza tierra muy querida, al igual que sus gentes. En la última visita, al frente de una comitiva ansiosa por degustar su patrimonio y gastronomía, repetimos rituales ya bien conocidos. Y allí, para cumplir con ellos, estaba el incombustible Tito, siempre solícito para allanar los caminos y acompañarnos en la visita al Humilladero. Pero antes a las MM Carmelitas, que es la prioridad. Sigue sorprendiendo el desconocimiento que existe todavía en Salamanca sobre este convento. Leíamos hace unas fechas que Junta y Diputación alcanzaban un acuerdo con el Ayuntamiento para intervenir con urgencia en el edificio y salvarlo del creciente deterioro. Hora era, igual que normalizar las visitas y no depender tanto de la disponibilidad del solícito Mariano, guardián y lacónico cicerone que impertérrito perpetúa tradiciones, como la solemne petición a las monjitas de la llave enorme que abre la puerta de la iglesia.

Pocos conjuntos hay en España, exceptuando los grandes museos, que reúnan una colección de pintura barroca italiana tan valiosa como la que encierra este convento tan injustamente poco visitado. El conde de Bracamonte dotó esta fundación, destinada a servirle de mausoleo, con seis extraordinarios lienzos de Luca Giordano y otros firmados por Lázaro Baldi, Jacopo Bassano, Guido Reni y Andrea Vaccaro. Por si esto fuera poco, habría que sumar los cobres flamencos de la parte inferior de los retablos laterales y las notables piezas escultóricas y de orfebrería que completan el rico patrimonio que atesora el enclave monacal.

Mas como no solo de arte vive el hombre, aunque nutra sobremanera el goce espiritual, el paso por Las Cabañas es siempre obligado cuando se visita la ciudad bracamontina. En este emporio gastronómico, que diría el Butanito, fundado en los estertores del reinado de Alfonso XII, se rinde homenaje universal al tostón, aunque el homenaje se lo dan realmente los comensales. La galería con fotos de visitantes ilustres testifica que estamos ante una de las casas de restauración más grandes de España, aunque tampoco en esto sean buenos vendedores de lo suyo los peñarandinos.

Peñaranda es más, naturalmente. Las tres plazas concatenadas destacan por su singularidad y bien merecen un paseo para bajar la comida. Esta vez con parada en la antigua botica, hoy óptica. Allí amablemente Miguel Ángel nos permite contemplar la original pintura del techo que Mariano de la Fuente realizó en 1890 para dejar constancia gráfica de las farmacias finiseculares. Y ya de puestos, una escapada a la maltrecha parroquial de San Miguel, que poco a poco restaña las secuelas del pavoroso incendio de 1971. Chemita, ya casi el señor Chema, nos dice que para el otoño inauguran el retablo de Alejandro Mesonero. El de Rueda será siempre imposible de olvidar, pero al menos, esperamos, algo digno de esta época podrá quedar. En la sacristía está ahora el mediático san Miguel, que luce esplendoroso tras la última restauración.

Seguiremos yendo a Peñaranda, porque allí nos llevan el corazón y las ganas de disfrutar de tanto como tiene. La próxima vez, palabra, nos acercamos hasta San Luis, que la ermita bien merece una visita y algo más.

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