[dropcap]A[/dropcap]cabo de escuchar en boca de un sabelotodo de esos que anda compartiendo tertulias de diversos pelajes en la radio, que la naturaleza de forma irreversible camina hacia su defunción definitiva. Este testimonio que seguramente no genera controversia porque es algo compartido por la mayoría de los mortales, me ha hecho recordar otra opinión que escuché en una larga e inolvidable sobremesa a un profesor universitario de la USAL.
Félix Torres, al que podríamos catalogar como uno de los grandes y reconocidos especialistas en todo lo que tiene que ver con el mundo de las abejas, nos decía después de una exposición sorprendente que nadie podrá acabar con la naturaleza jamás. Según él, una vez destruido todo lo que entendemos como obra natural necesaria para nuestra subsistencia, quedaría otro sistema diferente que, readaptando su propio entorno a novedosas y diferentes estructuras, podría acoger y difundir otro tipo de vida sin necesidad de la existencia humana.
Pensando de una u otra forma, es una auténtica aberración esta andadura desmemoriada y suicida con la que jugamos a conquistar desde la más repugnante de las actuaciones nuestra propia autodestrucción.
Los máximos responsables de esta carrera hacia el cataclismo señala sin duda a los incompetentes, zafios y en algún caso delictivos gobiernos que anteponen los intereses económicos y electorales a la salud humana.
La basura plástica tiene contaminados los mares y los océanos de tal modo que la firma del anunciado desastre la podemos ver ya en casi todas las playas del mundo.
La pesca abusiva bajo contratos y leyes absurdamente permisivas esquilman las riquezas marítimas en pro de esa recaudación de la urgencia monetaria que insaciablemente arruina las especies alimentarias de nuestros mares.
Por otro lado, la humareda que brota como un cáncer corrosivo de las chimeneas de los países más desarrollados como un cuchillo silencioso va sesgando en las alturas una atmosfera que exige en la antesala del velatorio comunitario las medidas drásticas que aconsejan decenas de científicos prestigiosos desde hace demasiado tiempo.
Como remate de este berenjenal, el hombre actúa como un insensato y absurdo monigote que por cerebro tiene un canasto de mohosa plastilina, cuando le pega fuego al bosque desde el más miserable y cobarde de los anonimatos. Estas bestias con aspecto humano, viven para sentir un gozo propio de dementes, al ver como el fuego destruye el monte en esas hogueras que el verano acomoda y explaya por demasiados lugares de la floresta mundial.
Y mientras tanto las máquinas taladoras avanzan por las selvas, acorralando animales y seres humanos que deberían ser intocables en esos hábitats que por ser parte de ellos les pertenecen desde siempre por encima de leyes y manipuladas escrituras.
La solución a estos desastres es complicada cuando los países más ricos de la tierra, mofándose de las predicciones científicas con sus tramposas apariencias, fingen compromisos para dentro de un montón de añadas. Les importa un carajo que este sea el tiempo en el surge el grito de la naturaleza por demasiados lugares del mundo pidiendo auxilio.