Opinión

Yankee Don’t Go Home

Talibanes afganos.

[dropcap]E[/dropcap]l 20 aniversario de los atentados del 11 de septiembre, junto a la caótica salida de Estados Unidos de Afganistán, obliga a los medios y a sus consumidores a tranquilizarse sobre los dóciles conceptos absolutos que se despiden en forma de titular. El que desee entender los intrincados códigos de la geopolítica, principalmente en sus trazos imperiales, deberá remontarse bastante en sus estudios. Allí podría encontrar a Cayo Claudio Glabro o a Publio Quintilio Varo.

Osama Bin Laden ha simbolizado, como Abu Bakr al-Baghdadi, Sadam Huseín o Muamar el Gadafi, el ciego empecinamiento de la inmolación solo para su propia década de fama histórica: con el avispero alborotado, la umma sigue igual o más dividida, Al Qaeda se ha enredado hasta lo microscópico y los talibanes están obligados a inyectar a su régimen algo de pragmatismo. Mientras tanto, las diversas formas de ISIS, enemigo de Al Qaeda y los talibanes, violentamente se encienden y apagan agujerando indiscriminadamente el mapa de la estabilidad y del apoyo a la yihad global.

En la guerra contra el terrorismo, Estados Unidos, entre los agobiantes y confusos túneles que atraviesan victorias aplastantes y humillaciones públicas, sobre la transformación de dictaduras enemigas como Irak, Libia, Siria o Sudán en Estados fallidos, expone su maleable invulnerabilidad, la cual se retuerce hacia un mayor desarrollo tecnológico desplegado encima de una menor dependencia energética y un aumento de la fuerza de sus rivales estratégicos. Todo esto le da aire a su continuado dominio de los mares; desde ahí seguirá intentando regular la válvula que bombea constantemente una división contenedora.

Los objetivos concretos de aquella empresa en Afganistán están cumplidos y se amparan en un masivo apoyo de sus ciudadanos para retirarse en un ineludible repliegue táctico con el fin de focalizarse en zonas de mayor relevancia en la actualidad, dejando a su paso un escenario complejo para sus adversarios. Solo Pakistán podrá estar conforme: en cambio, es una invitación a mayor implicación para la India, un cercano mal recuerdo para Rusia y una perspectiva agridulce para China, teniendo en cuenta la alianza entre los talibanes y el Partido Islámico del Turquestán que busca la independencia de Sinkiang de China.

Además, si la situación se estabiliza bajo las riendas de los talibanes, subyacen oportunidades económicas como la de la petrolera estadounidense Chevron de llevar gas natural desde Turkmenistán a China, lo cual aflojaría el lazo energético entre Pekín y Moscú.

Luego de veinte años el único cambio radical se observa en el paso del ensordecedor grito en contra de la guerra al omnipresente murmullo de indignación ante la retirada. Paralelamente, el mundo sigue transformándose continuamente entre contradicciones que derraman varios tipos de triunfos y derrotas simultáneas para todos los implicados; sean estos un puñado de guerreros montañeses, redes internacionales de terroristas, férreas dictaduras, potencias regionales o la única superpotencia.

Augusto Manzanal Ciancaglini

                                                                                                          Politólogo

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