Opinión

Un museo que comienza a ser

Tomás Gil. Foto. Óscar García. Diócesis de Salamanca.

[dropcap]T[/dropcap]omás Gil es uno de esos curas que merecen la pena. Hace ya más de tres años el obispo le encomendó el Servicio de Patrimonio Artístico. En otras diócesis el arte y la cultura suelen depender de una delegación, que en apariencia goza de mejor consideración. Pero aquí la delegación de patrimonio queda para los bienes inmuebles, que requieren su dedicación. Dirán que esto es palabrería y puede que tengan razón, aunque los veteranos leamos entre líneas que en el escalafón diocesano los asuntos del arte y el patrimonio cultural son un bonito adorno pero tampoco dan para mucho más. Y siendo sinceros, la culpa no es de la abulia episcopal, porque en otros ámbitos  sucede también lo mismo. El mundo gira con tanta fuerza en una misma dirección que no hay ya quien pare esto. Además, el patrimonio diocesano tampoco parecía merecer tanto por estos lares tras las décadas invernizas de la etapa anterior.

Tomás Gil llegó al cargo inexplicablemente tarde. Hería su relegación. Por conocimientos, aptitud y actitud mostraba el perfil idóneo. Lo veía todo el mundo menos quien debía. Se lo curró en las Guareñas y por la Tierra de Peñaranda, con sus programas de Fe y Arte y la puesta en valor de obras escondidas u olvidadas, con Fernando Gallego o Esteban Rueda como autores. Así hasta que la fruta ya madura y a medio podrir cayó del árbol y se hizo justicia. Cuánto tiempo se perdió… y qué se habrá quedado por el camino.

Tomás Gil vive para el arte. Bueno, siendo ecuánimes deberíamos decir que su oficio es evangelizar y está convencido que el arte religioso es un instrumento maravilloso para el ejercicio de su ministerio. Y en ello anda desde su secretaría, que no delegación como antes. Pero qué más da. En tres años, y con el hándicap de la pandemia por medio, se ha hecho mucho más que en los decenios anteriores. Ahora le quitan el sueño las obras del Museo Diocesano, que ahora por fin va en serio después de años y años leyendo y oyendo acerca de un museo fantasma. El Palacio del Obispo apellidado Cámara será la sede. Lo previsto. Las obras van a buen ritmo y, Dios mediante, para el próximo curso abrirá sus puertas.

Tomás Gil lo siente como propio y lo comparte. Pasear con él por las estancias a medio construir, futuras salas de exposición o dependencias para poder realizar un sinfín de actividades, es una experiencia reconfortante. El arte religioso se concibió para la catequesis y en esa línea va a estar organizado el museo. Para nada será un depósito de obras retiradas, al contrario, hay una idea clara, la de ofrecer una historia llena de esperanza en la que el hombre por antonomasia sigue mostrando el camino de la redención. Las obras artísticas, desplazadas por mor de las circunstancias, tendrán ahora una segunda oportunidad para alcanzar el objetivo con el que en su día fueron creadas. Y esto es mucho más que un museo diocesano.

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