[dropcap]H[/dropcap]ubo un tiempo no muy lejano en que se veían los métodos y libros de autoayuda como la clave del desarrollo personal y de la felicidad vital. Y llevaban razón. Pero las situaciones cambiantes –a veces trágicas- de nuestro mundo y de la condición humana nos hacen descubrir la importancia del ayudarnos ayudando a los demás.
Decía Luther King que “la pregunta más urgente y persistente en la vida es ¿qué estás haciendo por tus semejantes?”. Las personas somos imperfectos, débiles, repletos de necesidades, inconsistentes, efímeros, cargados de problemas y apegos. Hoy descubrimos la importancia del sentirse acompañados, queridos, acogidos y ayudados en todas nuestras carencias. Frente a tantas limitaciones es imprescindible la ayuda de los otros.
La pandemia que aún vivimos ha puesto al descubierto nuestras deficiencias a nivel personal y social. Nos lo está recordando esta I Semana de Pastoral Social que está celebrando nuestra diócesis: la pobreza y la exclusión-marginación social han aumentado. Y como siempre los más pobres han sido los más perjudicados. A la vez la salud psicológica y mental se han deteriorado y todos –a nivel comunitario- las padecemos.
Hoy la solidaridad personal e institucional son más necesarias que nunca: compasión y fraternidad desde la escucha empática de las personas, de corazón a corazón. No se trata solo de dar dinero –que también hay que darlo- sino de compartir todos los niveles de pobreza actuales (falta de empleo, viviendas humanizadas, alimentos, tiempo, cultura…) Es lo que hacen tantos voluntarios de las diferentes ONG que trabajan por condiciones más dignas para los más excluidos e indigentes.
Ayudarnos. Tomar conciencia de que todos nos necesitamos, que nadie sobra, que nadie es ilegal- Lo que hacemos por nosotros mismos al final muere y desaparece, lo que hacemos por los demás –de modo altruista- permanece y es eterno. Al final sólo tenemos lo que hemos ido dando, solo nos queda lo que compartimos y entregamos.
“El propósito de la vida humana es servir y mostrar compasión y voluntad de ayudar a los demás” (A. Schweitzer). Está demostrado que las personas que sirven y ayudan desinteresadamente son más felices, alcanzan una paz interior y una serenidad profunda. Y todas confirman que reciben más de lo que dan.
Caminemos juntos, unidos, unos al lado de los otros –ni detrás ni delante- sosteniéndonos en las crisis vitales, abrazándonos en los momentos de dolor. La solidaridad es horizontal, nos iguala en el devenir de este universo. A veces hablando, a veces en silencio, siempre apoyándonos, gestionando nuestras emociones en el proyecto de un mundo mejor.
Que no nos ocurra lo que a santa Teresa hablando de sus dificultades y de su soledad: “Porque para caer, había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme, hallabame tan sola que ahora me espanto cómo no estaba siempre caída…”
Ayudémonos. No hagamos caer a nadie. Tratemos siempre de ayudar y echar una mano al caído.