[dropcap]D[/dropcap]entro de los intermitentes reajustes llamados crisis culturales, esta es una época de inconsistencia ideológica enredada en una polarización arrastrada por cámaras de eco y realimentación virtual. En este juego un sector avanza a través de la irrefrenable fantasía frustrada hasta las mismas entrañas del Estado para hacerse una selfie perpleja y errabunda.
Con estos bárbaros digitales, los simples eslóganes no son una respuesta suficiente, pues arrinconan hacia la mediocridad de la generalización en una dinámica plana, la cual es la más visible. Sin embargo, por debajo de las imágenes circula pensamiento e investigación que lentamente se exuda. La realidad no es un agravado cordón desde el esperanzador «Yes We Can» al desolador «I can’t breathe». Enfundar los gritos significa que la razón particular necesita el entendimiento general.
La paradoja es la lógica de la condición humana y en este sentido la inexistencia es un motor que va desvelando la existencia cuando la ruta está asfaltada con necedad. Los iconoclastas y los conspiracionistas viajan de esta forma desviándose por mundos paralelos que se van esfumando continuamente, dando tumbos a través de las audiovisuales tripas sociales de los proyectos políticos.
Una figura recurrente dentro de esos derroteros ejemplifica todos los procesos: Cristóbal Colón, quien no pertenece solamente a los italianos y a los hispanos, representa, con todas sus contradicciones, el mayor símbolo de esa inquietud y ambición individual tan americana, además de significar el factor más importante para la existencia; si ese loco genovés no hubiera provocado aquella increíble aventura, hoy nada sería como es. Por ende, el odio a Colón, como rostro del colonialismo europeo y principalmente como personificación de la leyenda negra del Imperio español, además de a la madurez de la perspectiva histórica, lo es también a la honestidad intelectual de recoger la descomunal inspiración de su decisiva paternidad global.
La bipolarización se ajusta, aspirando a absolutos, desde la inexistencia a la existencia y viceversa, lo cual contiene cierta fricción entre racionalidad e irracionalidad: la historia no solo puede ser protagonizada por desesperados escapes de la realidad combatidos por el vandalismo a la verdad; el entendimiento se cuela a través de vías pedagógicas para interrumpir los productos traumáticos causados por estos manoseos entre falsedades caducadas. Un exponente muy relevante, el cual está estrechamente relacionado con algunas consecuencias de aquel descubrimiento de sí mismo que inauguró el humano almirante, es el racismo, cuya instrumentalidad ideológica se muestra cada vez más inviable para excitar determinados procesos ante los actuales niveles de desarrollo en diversos ámbitos humanos.
Otro italiano más cercano ha dejado otra inspiración en forma de conocimiento científico: el biólogo Luigi Luca Cavalli-Sforza demostró que los seres humanos son bastante homogéneos genéticamente y las diferencias entre individuos son más importantes que las que se ven entre grupos. En otras palabras, no hay genotipos colectivos, por consiguiente, aunque permanezca firme en lo social, el concepto de raza humana hace rato que se ha desterrado de la ciencia. El típico vicio humano por lo inexistente es tan real como la inexistencia de la pureza genética.
La dialéctica de la falsedad se rompe entendiendo esto, pues si no hay raza no hay racismo. Así se derrumba lo superficial, única forma de desarmar al ignorante e independizar al individuo. Habrá que pensar conceptos más graduales y menos agrupadores que faciliten al individuo deslizarse libremente por la cultura, a través de sus tendencias y productos sin compartimentarlos en las celdas de la tradición inalterable condimentada por creaciones vacuas.
Con todo, el mejor tratamiento para estos complicados y paradójicos procesos humanos se apoya en el progreso paciente que admite que la mentira es un frecuente vehículo humano, siempre y cuando en su frotación y entre la polvareda de confusión que levanta, surjan chispas que alumbren la realidad como respuesta con mayor impulso: la historia está cargada de prometedores ejemplos. La Santa María fue incendiada luego de ser transformada en el Fuerte Navidad, pero ya había llegado.
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo