¿Y si un día nos levantamos por la mañana y aceptamos que somos unos desmemoriados sin álbum en el que guardar imágenes ni agenda sobre la que puedan descansar nuestras notas? Sí, es probable que pasáramos un día muy complicado, nos derrumbaríamos sobre la cama sin recordar que hay que meterse dentro, pero con el cansancio que seguro habríamos acumulado, a quién le importa.
Como es una ficción, me quedo solo con la parte que me interesa. La que nos transformaría tan solo por unas horas en seres sin pasado, solo con un futuro por esculpir a golpe de presentes. Sin cajas de herramientas, sin pistas para el atajo. Obligados a prestar atención a todo, lo cual no sería inconveniente sino una gustosa obligación gobernada por la fascinación para con todo lo que hay ahí fuera. No me refiero a las calles, sino a lo que está a un milímetro de tu piel y a kilómetros dentro de ti.
¡Uy! ¿Y eso? Mi corazón se ha puesto a latir con más fuerza y velocidad. ¿Y por qué de todas las personas que abarrotan la plaza es a ese ser a quien mis ojos deciden seguir? ¿Levanto la mano? ¿Qué hago? No he hecho nada. Debí hacerlo.
¡Uy! Otro ser distinto al que mi cuello acaba de nombrar norte. ¿Qué hace mi brazo? Se está levantando. Y mis pulmones se llenan de un aire que no hacía falta hace un minuto. Y ahora está intentando salir sin que yo pueda poner impedimento. Quizá no quiera. ¡Perdona! ¿Hola?
Si no tuviéramos memoria, si no tuviéramos pasado, no tendríamos ninguna experiencia. En esta condicionada ficción, nada mejor podría pasarnos. No tendríamos nada que contar, solo podríamos preguntar. Nuestras preguntas no tendrían ninguna respuesta buena. Solo una sería cierta; Pues no lo sé, nunca me lo he planteado. Y nos pondríamos a elucubrar acerca de algo totalmente desconocido. Y llegaríamos a una conclusión creíble en la que no podríamos confiar.
Si no tuviéramos memoria, si no tuviéramos pasado, todo lo que sintiéramos requeriría de nuestra máxima atención. Porque nada más allá de mí mismo me importaría. ¿Qué le han dicho mis oídos a mis piernas para que éstas quieran irse? ¿Por qué mis ojos andan despistados y mi cuello parece haber dejado de estar imantado?
Sin memoria, sin pasado, todos seríamos niños. Sólo tendríamos a nuestro favor el común de los sentidos. Ningún protocolo de actuación autoimpuesto por aquello que dolió, por aquello con lo que me reí. Por aquello que me emocionó o lo que me hizo sufrir. Ni un solo “a mí esto no me vuelve a pasar”. Ningún “que este momento no termine nunca”.
Si la memoria no nos condicionara tanto, sentiríamos más curiosidad y menos vergüenza. Escucharíamos más y hablaríamos menos. Preguntaríamos todo y no estaríamos seguros de nada. Quizá, solo quizá, no esperaríamos nada y lo daríamos todo. Y las cosas, nunca dejarían de ser solo cosas.
Ah, hablando de cosas. Con memoria y pasado, también. ¡Sorpresa!