[dropcap]U[/dropcap]n evento que en sentido estricto de las palabras, no tiene ninguno. Un amigo nunca es invisible y alguien invisible no puede ser ni tener un amigo. Ni nada, en realidad.
Gracia y comodidad. Participar todos en un mismo juego. Oh, sorpresa. De nuevo la res social a escena. Que se descubran los regalos en rigurosos turnos de protagonismo, jugar a los detectives para adivinar el regalador le da una plusvalía infantil para los que conocemos los secretos de Papá Noel, el Olentzero, los mágicos monarcas o la Befana.
Importa más el continente que el contenido, el acto de entrega que el objeto entregado, regalamos un jersey a quien seguramente no lo necesita, a quien lo necesita, quizá deberíamos regalarle el pago de un recibo de la luz y el gas. El hecho social es lo relevante. Fortalecer al grupo. ¿Cuál es y cómo se compone el nuestro? ¿Dónde establecemos sus fronteras y a quién le corresponde salvaguardarlas? ¿Cuál es la duración de cada turno de vigilia?
No deja de sorprenderme, probablemente nunca lo hará, nuestra capacidad para, desde el hemisferio norte, concentrar en unas semanas de invierno las ganas de compartir, las muestras de afecto y los buenos deseos. Y en la mitad sur del planeta lo mismo pero en verano. Y en ciertos lugares de oriente, pues a finales de enero o principios de febrero, no tengo muy clara esa cuenta.
No me sorprende en cambio, que utilicemos hechos pasados, históricos o ficticios como norias o tiovivos a los que subirnos para celebrar, para juntarse, para darnos cuenta de las necesidades o dependencias que nos adornan.
Honestamente, ¿tú que vas a celebrar el próximo 24 por la noche? ¿Lo celebrarás con quien quieres celebrarlo? ¿Cuántos de los euros que van a salir de tu bolsillo en los próximos días tendrían libertad para salir en abril? ¿Quién te exige y valida estos permisos?
Llevo años haciéndome estas preguntas. Y no salgo del bucle. Gasto más de lo que sería lógico. Bebo más de lo recomendable. Como más de lo necesario. Se me concentran tanto las citas sociales que tengo que descartar asistencias. Se me amontonan los balances y las ganas hasta no ser capaz de prestarles la atención que merecen.
Mi relación con la Navidad, como seguro sospechas, es como su lugar en el calendario. Fría, pero no soy un Grinch, no me turba ver a desconocidos celebrar encuentros y reencuentros, me gustan el cava y los langostinos, no pienso en un niño, ni en un portal, sé que la mirra es una resina pero me parece un regalo chungo si antes te han dado oro…
Lo que me molesta, es que aceptemos que todos esos motivos, por lo que sea, no nos acompañen más que un par de semanas al año.
¿Serán para nosotros nuestras iluminadas ciudades lo que para las polillas una farola en verano? ¿Es la Navidad la época de los amigos invisibles o es justo al revés?