[dropcap]P[/dropcap]or fin pude visitar el belén de San Blas, que promueve el Ayuntamiento aunque sus ejecutores sean los belenistas de la Cofradía de Cristo Yacente. Un buen trabajo, primoroso en el montaje y con infinidad de detalles, resultado de la dedicación de José Caraset, Javier Pedraz y Benjamín Llorente. Antes había pasado por La Salina para ver el de la Diputación, que realiza La Morana. Extraordinario también, aunque en otra línea, porque esta agrupación zamorana ha profesionalizado el montaje del belén y los coloca en varias ciudades.
En los últimos años se aprecia un auge de la tradición belenista. Ahora hay unos cuantos muy interesantes, casi todos en parroquias y muchos preparados por las cofradías. También está el del Cuartel de Ingenieros, un clásico que, por su originalidad, no puede dejar de visitarse. Belenes ha habido siempre, naturalmente, pero el belenismo va un poco más allá de la colocación de las figuras, aunque se tenga buen gusto. El belenista planifica y busca y prepara con tiempo todo lo que necesita, fabricando la mayor parte de los elementos. Los grandes belenes requieren un montaje complejo, que exige mucha dedicación.
En Salamanca tuvimos un referente nacional, Evaristo Rodríguez. Su fallecimiento, en 2014, dejó un vacío que nadie aún ha sido capaz de llenar. De hecho, la asociación local que él presidió apenas tiene ahora presencia mediática. Evaristo estuvo tras los grandes belenes de la ciudad durante la década de los noventa y principios del XXI. Recordamos especialmente el enorme belén charro, con los paisajes y tradiciones de la provincia, que la Diputación colocaba en la Sala de Comarcas. También puso muchos años el belén del Ayuntamiento. Otro belenista fue Ángel Pérez, que montaba unos belenes inmensos con ríos y cascadas espectaculares. Era fontanero y por fuerza debía notarse. Al cerrar su local en Vasco de Gama lo instaló algún año en el convento del Corpus.
La Caja y la Fundación Sánchez Ruipérez, instituciones ya desaparecidas, hicieron también lo suyo, sobre todo patrocinando exposiciones, como las de dioramas con escenas bellísimas del ciclo de la Navidad. No recuerdo el autor, pero sí a los niños hipnotizados con la nariz aplastada en el cristal. Gracias a ellas, los salmantinos pudieron admirar el belén napolitano de las Agustinas de Monterrey, de los mejores de España. Las franciscas tienen otro, no tan espectacular, que siguen colocando en su capilla conventual del Rollo. En 2007 Caja Duero realizó además una extraordinaria exposición sobre el belén napolitano, con Rosa Lorenzo escribiendo el estudio sobre el nuestro. Su primo José Fernando Santos, por cierto, tiene quizás la colección de belenes del mundo más completa de Salamanca.
Los belenes de ayer y hoy mantienen viva una tradición muy arraigada. El inventor, como nos recordó Jes Martin’s días atrás con su portentosa representación en San Martín, había sido Francisco de Asís. Después los napolitanos, integrados en la monarquía hispánica, lo elevaron a la categoría de arte y desde el siglo XVIII arraiga en España y se convierte en una de las tradiciones que nos definen culturalmente. Por eso, al margen de las creencias particulares, el belén forma parte de nuestra idiosincrasia y da verdadero sentido a la Navidad.