[dropcap]Y[/dropcap]o sabía que si salía de esta situación sería gracias a un milagro. Agarraba mi crucifijo y rezaba; sentía que Dios estaba conmigo en la habitación. Sin embargo, a pesar de todo lo que estaba viviendo me sentía bien y con ganas de salir, con la motivación de seguir haciendo fotos, estar con mi familia e ir a la montaña y estar en contacto con la naturaleza. En mi cabeza se agolpan las sensaciones y los recuerdos de una pesadilla que duró mes y medio y que me encerró, en la más absoluta soledad, en el hospital Clínico de Salamanca. Estos fantasmas, que me acosaban sobre todo por la noche, se llaman leucemia y Covid, y me visitaron en el peor momento de la pandemia, en abril de 2020.
Por. José Vicente / ICAL.
Soy José María Vicente López, nacido el 24 de septiembre de 1977 y fotógrafo de la Agencia de Noticias Ical.
Todo comenzó el primer día del confinamiento, cuando empecé a encontrarme diferente. Hasta ese momento estaba muy bien físicamente, iba tres o cuatro veces por semana al gimnasio, acababa de hacer dos reportajes fotográficos de carreras de montaña, me encontraba genial. Hacía pesas en casa. Pero de repente mi cuerpo empezaba a encontrarse cansado.
A medida que pasaban los días me encontraba más cansado, tenía fiebre y tos. Llamé varias veces al teléfono Covid pero me decían que me quedara en casa y tomara paracetamol. Así lo hacía. Empecé a tener hemorragias de sangre por la nariz y cada vez estaba más cansado. Llamaba de nuevo al teléfono del Covid, pero insistían en que me quedara en casa. Era desesperante. Acudí también dos veces a un médico particular y no me tomó muy en serio…. me dijo que me hiciera un test de antígenos que dio negativo. Yo seguía encontrándome mal… cada vez peor… había dejado de jugar con Alejandro, mi hijo, no permitía que mis padres se acercasen porque yo podía tener Covid… y la falta de actividad hacía que la cabeza no parara de dar vueltas a las cosas. Estaba muy confuso. Yo seguía en casa, pero cada día tenía menos energía. Se iba consumiendo y yo me apagaba con ella. Aun así salí varias veces a hacer fotos para la Agencia Ical de las calles vacías de Ciudad Rodrigo, del personal de limpieza desinfectando, de los soldados patrullando las calles… Entonces pensé que el escenario parecía de película de ficción. Lo que entonces no sabía era que el destino me había elegido a mí para tener un papel propio en todo este drama.
Cada día que pasaba sentía menos fuerzas. Me agotaba sólo con levantarme de la cama. Pero un día, todo giró… fue un instante. En la ducha sufrí un mareo, llegué a la cama arrastrándome por el pasillo y llamé a urgencias. Esta vez me tomaron en serio. Al principio me dijeron que vendría a por mí una ambulancia y poco después que no podía ser por lo que me llevó al centro de Ciudad Rodrigo mi padre en su coche. Yo ya intuía que las cosas no iban bien y que me quedaría ingresado. Cogí el cargador del móvil y el neceser. Y efectivamente, de Urgencias de Ciudad Rodrigo me enviaron a Salamanca.
Llegué al Clínico un 8 de abril de 2020. Estuve esperando en una sala unos momentos que se me hicieron eternos. Tras la PCR y algún análisis más, el médico de Urgencias me comunicó que no tenía Covid, pero los resultados estaban muy alterados. Y entonces me lo dijeron: tenía leucemia. No me lo esperaba. Te quedas de piedra, pero a pesar de la noticia no me vine abajo. Lo afronté desde el primer minuto con ganas de seguir viviendo, con fuerza y entereza.
Antes de subir a la habitación me llevaron a un salón, donde me han marcado a fuego algunas de las imágenes que viví: personas mayores vomitaban sangre, tosían mucho… era un situación muy desagradable… sentía mucha pena por ellos… creo que no lo olvidaré nunca.
Un mes y medio
Allí empezó una larga y paciente etapa en el Hospital. Los dos o tres primeros días todo eran todo malas noticias… llegó el cuarto o quinto día y comprobé que las cosas siempre pueden empeorar: cuando repitieron la PCR dí positivo. Rápidamente, me bajaron a la planta Covid. En ese momento tenía leucemia y Covid, un cóctel explosivo que me iba a dejar mes y medio aislado y sólo. Yo solo pensaba en salir y seguir haciendo fotos. Estaba pensando qué tipo de reportaje iba a hacer sobre el coronavirus cuando saliera de allí. Pero no me vine nunca abajo. Yo sabía que estaba mal, pero cada vez más ganas de seguir. Tenía miedo a que mi cuerpo estuviera descompensado por la falta de defensas.
En la habitación solo entraban médicos y enfermeras con los trajes de protección que parecían salidos de una película. Parecía irreal. Apenas tres semana antes mi vida transcurría perfecta y, de repente, estaba allí, solo, con la única compañía de mis dos enfermedades y, por fortuna, del teléfono móvil, con el que tenía un hilo de contacto con familiares y amigos. Gracias a ellos mi mente estaba un poco más despejada.
Lo peor eran las noches. El silencio favorecía lo que para mí era un estruendo: el sonido seco de la tos constante de las personas de las habitaciones cercanas. También oía cómo las enfermeras comentaban que se había muerto el de la habitación de al lado o la persona que había entrado el día anterior. Esas noches…, solo en mi habitación. Cuando no podía dormir, mi mente daba mil vueltas, era una pesadilla real. Tenía mucho miedo a que la carga viral del Covid entrara con más fuerza en mi habitación y afectara aún más a mi debilitado cuerpo, que apenas tenía defensas. Mi nivel de plaquetas era muy bajo.
Cada tres o cuatro días me sometían a placas del pulmón, radiografías para ver si el Covid les afectaba. Afortunadamente, la infección no fue grave, no daño mis pulmones, gracias a Dios. La duración de mi infección por coronavirus fue de unos 15 días, pero a pesar de ello me mantenían en aquella planta. De vez en cuando, sufría algún ataque de ansiedad y me veía encadenado al electro.
Una tarde sufrí un mareo y me desplomé en el cuarto de baño porque el número de mis plaquetas era bajo. Me golpeé fuerte en la cabeza. Como medida de prevención me hicieron un TAC en la cabeza, pero se hacía en la primera planta, no en la que yo estaba. Esperé hasta las dos de la madrugada a que se despejara la zona por prevención del Covid y poder acudir. Fue mi única excursión fuera de la habitación en mes y medio y transcurrió por espacios vacíos y ascensores destinados a personas con coronavirus.
Los días pasaban entre los temores y la esperanza. Me agarraba a cualquier cosa, pero sobre todo a mi crucifijo y rezaba; sentía que Dios estaba conmigo en la habitación. Me sentía bien y con ganas de salir.
Y empezó la siguiente fase, las sesiones de quimioterapia. Lo primero que me viene a la cabeza es la falta de apetito, los vómitos y dejé casi de comer y perdí mucho peso. Entré con 78 kilos y salí con 64.
En esos días algo me llamó la atención. Mi curiosidad hizo que preguntara a los enfermeros y enfermeras por qué tenían una protección para los ojos tan diferentes. Me contestaron que cada una llevaba su protección propia para los ojos. Una de ellas, en concreto, utilizaba las que se usan en las carreras de caballos.
La pasión del fotógrafo
A pesar de toda la situación que estaba viviendo, mi pasión de fotógrafo me empujó a documentar mi experiencia con imágenes a través de mi teléfono. Era una manera más de distraerme y tener la mente despejada. La casualidad hizo que durante esos días viese la convocatoria de una concurso fotográfico que organizaba la farmacéutica Cinfa. La temática era ‘La mirada del paciente’. Envié una de las fotos de esos días y obtuvo el primer premio en el apartado de fotografía con la temática de Covid. Era benéfico: consistía en donar la dotación de 3.000 euros a una asociación o entidad a elección del vencedor. Lo hice a la Asociación contra la Leucemia y Enfermedades de la Sangre de Castilla y León (Ascol). Era una manera de agradecer a esta asociación su acompañamiento durante el proceso.
Cada semana acudía a visitarme la doctora hematóloga Dolores Caballero, a la que siempre estaré agradecido por todo lo bueno que hizo por mi. Por su gran labor y por tratarme con tanto cariño. Poco a poco las buenas noticias iban a más, porque mi cuerpo respondía y se iba recuperando. Era un soplo de energía positiva. Pero yo era prudente, porque todavía faltaba camino por recorrer.
Con el discurrir de los días, como un río después de una riada, los ingresos por Covid disminuían. Ya no había tanto ruido por el pasillo. Y casi un mes y medio recibía el alta. Pude regresar a mi casa. Al entrar en las calles de Ciudad Rodrigo pude ver que la situación en la calle era muy diferente a la que había dejado. Antes no había vida, todos confinados. Ahora la calle tenía movimiento. Algo es algo. Y cuando llegué a mi casa y me tumbé sobre mi cama fue el momento más emocionante.
Recuperado y con energía
Las sesiones de quimioterapia continuaron hasta que en agosto de 2020 llegó el momento del trasplante de médula ósea. Estuve ingresado otras tres semanas. Volvía a estar yo solo en la habitación. Otra vez esa sensación de soledad. La situación del Covid había mejorado bastante y eso se notaba en la tranquilidad por los pasillos. Los análisis evidenciaban que ya no había restos de mi enfermedad. El trasplante había ido muy bien. Poco a poco mis defensas subían y yo me sentía genial, con mucha fuerza y energía. En 2021 ya comencé a trabajar. Y hasta ahora. Estoy fenomenal.
En la actualidad estoy recuperado de la enfermedad, bien físicamente y con mucha energía. Trabajo y disfruto más de la vida y de sus maravillas, que son muchísimas. Hace poco visité Las Merindades, en Burgos, que me encantaron; y hago deporte con mucha frecuencia.
Contando mi experiencia quiero dar las gracias a todos los sanitarios que me atendieron, en especial al Servicio de Hematología del Hospital Clínico Universitario de Salamanca, por su gran labor en condiciones tan difíciles de pandemia, porque una cosa es verlo en los medios de comunicación y otra en persona. También quiero agradecer a mi hijo, a mis padres, a mis hermanos, a Rocío, a mis amigos, por darme tanto amor durante este duro proceso. Y sobre todo a Dios, por sentir que siempre ha estado a mi lado. Quiero transmitir esperanza a todas las personas que estén pasando o puedan pasar una situación similar. También, decirles que cuando sientan que en su cuerpo algo no funciona, no lo dejen y acudan a un médico. Yo tuve la mala suerte que todo ocurrió en el momento inicial de la pandemia. Aquellos días parecía que solo existía el Covid, pero había más, ya os digo que había más. Estuve tres semanas en marzo y abril en mi casa, consumiéndome…
No le perdáis el respeto al Covid. Esta sexta ola dicen que no es tan fuerte como al principio, que los síntomas son mas leves. Pero la realidad es que hay ingresos y muertes a diario, menos, pero sigue habiendo. Tened respeto y protegeros, cuidaros mucho y disfrutad de la vida”.