[dropcap]S[/dropcap]é perfectamente que, a quienes podrían haber evitado en gran medida lo que está sucediendo estos días con el sistema sanitario, no le importa lo más mínimo, y me refiero tanto a los políticos y gestores sanitarios que deberían haber reforzado los servicios preventivos y asistenciales y, no solo no lo han hecho, sino que han aprovechado para seguir desmantelando el sistema público, como a aquellos con comportamientos irresponsables que han provocado la difusión masiva del virus y el colapso asistencial actual, y no será por no haberlo advertido: es la crónica de un colapso anunciado.
Desde la perspectiva que da haber dedicado la vida al ejercicio asistencial público en exclusiva, y haber vívido todas las trasformaciones que ha tenido el sistema sanitario, creo estar en condiciones de asegurar que el personal sanitario está dando la talla mucho más allá de lo que sería exigible, y también de lo que sería esperable, pero también debo decir que se está produciendo un resquebrajamiento de la moral de hierro que han mostrado los sanitarios hasta la fecha y que muchos profesionales están abandonando el barco, buscando soluciones individuales que no les hagan pagar un precio tan alto ni a ellos ni a sus familias. Quienes finalmente pagaremos el precio que conllevan dichos abandonos seremos todos los ciudadanos cuando perdamos el sistema sanitario público.
Una parte muy importante se sienten abandonados y ninguneados por los políticos que, para salvar su pellejo y su poltrona se han puesto de perfil y no han asumido sus responsabilidades, que por un puñado de votos han abandonado a la ciudadanía apelando a la autorresponsabilidad de los ciudadanos, en la confianza de que les irá mejor para mantenerse en su sillón no hacer nada que tomar decisiones que puedan incomodar a potenciales votantes futuros. ¿Desde cuándo la solución de los problemas de los ciudadanos depende de la autorresponsabilidad? especialmente cuando una minoría se comporta de forma irresponsable haciendo además gala de su irresponsabilidad. Para ello no necesitamos el enjambre de políticos que viven del estado. La obligación de los gobernantes es afrontar los problemas y tomar las decisiones que estimen mejores para los ciudadanos, aunque ello suponga autoinmolarse en las siguientes elecciones. Eso y no otra cosa es el servicio público, ¿o no trata de eso el ejercicio democrático de la política?
No es mejor el comportamiento de algunos ciudadanos que han decidido actuar a la contra, instalarse en el no por el no, saltarse las recomendaciones y celebrar eventos multitudinarios sabiendo de antemano que servirían para la difusión del virus, pero a los que no les importa nada lo que suceda a los demás con tal de seguir acudiendo al campo de futbol, al pabellón de baloncesto, al bar, a la discoteca, a conciertos masivos o a botellones, y si ello les sirve para significarse, ante la cancha que le dan los medios de comunicación ¡mejor!
Tengo la sensación que España es un enorme bar de copas que pone en riesgo al resto de los sectores productivos, sectores que al parecer son menos esenciales que el del ocio nocturno. Que el poder de la economía dependa de los bares de copas habla poco bien del resto del sector de la hostelería (restaurantes y hoteles) que lo toleran siendo los primeros perjudicados, y también del resto de los sectores productivos que se están viendo afectados, que deberían de dar un golpe sobre la mesa y forzar a los gobiernos central y autonómicos a ponerse de acuerdo y ejercer coordinadamente sus competencias. Que además “tomar cañas” se asuma como un ejercicio de la libertad deja a esta democracia a la altura del betún.
No es menos preocupante el papel de la mayoría de los medios, donde el periodismo objetivo y crítico se ha sustituido por la opinión de contertulios o columnistas con escasa formación, que aparentan saber de todo, y que en numerosas ocasiones se dedican a propagar intencionadamente bulos que contribuyen a sembrar el desconcierto entre los ciudadanos. En honor a la verdad, aunque tímidamente, en la última semana una minoría de periodistas han comenzado a señalar la peligrosa deriva del periodismo puesto al servicio de los intereses políticos, perdiendo su papel de cuarto poder.
Quizás los culpables seamos todos, pero especialmente lo son quienes han permitido a los irresponsables hacerse dueños de banderas comunes y de términos como la libertad, y me refiero tanto a los ciudadanos irresponsables como a los políticos no menos irresponsables que les bailan el agua. Poco nos pasa. Es necesario sacar de la calle y de las instituciones a todos los irresponsables que las ocupan para su propio beneficio y en detrimento de la mayoría.
Es necesario recuperar el protagonismo social y que cada ciudadano sepamos valorar qué es lo mejor para la sociedad a la hora de emitir nuestro voto en las próximas y en futuras convocatorias electorales, analizando que han hecho hasta ahora y que han dejado de hacer, que proponen para el futuro y la credibilidad de sus personas y de sus propuestas. Es necesario abstraerse de la desinformación que transmiten las redes sociales y los medios de comunicación (todos ellos con intereses partidistas) para, en un ejercicio de responsabilidad personal, decidir si queremos que continúe la actual deriva social, que no conduce a nada bueno, o queremos poner soluciones que beneficien a la mayoría. Es necesario llenar las urnas de votos responsables. El ejercicio del voto responsable es condición sine qua non para llenar de contenido la democracia.